Este largo artículo para la revista Entremontes, en su tercer número, no hubiese sido posible si de nuevo el azar, objetivo, en pie por el estupendo amigo Manuel Martínez, no se vuelve a materializar de nuevo en forma llamada telefónica. “Oye, sabes que el guerrillero de La Huerta de Marojales, Eulogio Rodríguez, está vivo y reside cerca de Valencia. Además, que quiere subir a La Serranía y recorrer estos pueblos, con 95 años. Su hijo está preocupado. Llámale”. Habían pasado cuatro años desde mi primera conversación. Yo, acostumbrado a las despedidas tristes (nos habían faltado “Grande”, “Carrete”, “Teo”, “Chaval”, “Celia”, “Rubio”, Salazar), ya casi no lo tenía en mente. Y más echándole 90 años bien cumplidos y siendo, por ende, el primer maqui preso en la cárcel de Cuenca, el único superviviente de la primea expedición que llegó a los montes del Sistema Ibérico, luego tan poblados de guerrilleros y enlaces y guardias civiles. Y descolgué el teléfono, y marqué su número. Y desde entonces lo he hecho con asiduidad. Durante varias tardes pudimos charlar de sus recuerdos, de forma tendida y ordenada. Hasta la casa de su hijo en el pueblo de los Valles, en Quartell, me trasladé desde Valencia. Buena parte, por no decir toda, de esta nueva entrega para la revista Entremontes se debe a los pasajes hilvanados de aquellas charlas. Me encontré con una familia joven acogedora, la de su hijo Agustín. Y también con un hombre mayor, con genio y actividad, consumado lector y conversador ágil y de principios asentados. Había estado otra vez recorriendo aquellos pueblos de su lucha, con el disimulo de vendedor de máquinas de escribir. Y ahora insistía que aún quería volver para agradecerles a aquellas gentes, supongo que a sus descendientes, el buen trato que le otorgaron, a pesar de las inclemencias, del sufrimiento y la muerte. En el verano pasado, por mi parte, pude visitar la aldea de Marojales. Descendientes de aquellas vivencias me ofrecieron calor y ayuda. Con ellos y nuevos documentos he reescrito estas páginas. Salud para ellos y para su encendida memoria.