Texto redactado a partir de las notas utilizadas en las "Jornadas sobre el maquis. La historia rescatada", Andorra, 9 de mayo, 2003. Publicado en la Revista de Andorra, nº 3, 2003, Centro de Estudios Locales, Andorra (Teruel), pp. 46-60.

Fue tanta la desproporción existente entre la realidad y el deseo, entre el fascismo y el compromiso social, entre la esperanza y la cruel evidencia, que la lucha guerrillera hubo de sobrevivir a base de convicción y normas, de sigilo acechante y de miedos humanos, de dolor reprimido y contradicciones prácticas. El espectro tan amplio de convivencias, fijado además en una franja temporal muy extensa, desde 1936 (o 1944) hasta el verano de 1952, con unas circunstancias militares inéditas (dos guerras, una civil y otra mundial) supone, y no hace falta echarle imaginación, un campo de evocaciones también muy heterogéneo. Diversidad que supera los cauces del discurso único pues, como ya anotaba antes, el sigilo acechante hizo y hace, en los restos que quedan, que su interés dormido vaya por barrios. Precisamente esa individualización, esa cantidad de citas a pie de página en los libros donde los testigos sólo quieren que figuren sus iniciales, y muchas veces ni tan siquiera eso, es lo que le da vida. Savia nueva de voces viejas, de sonidos que, como la metáfora manriqueña, también van a dar a la mar. La vitalidad, pues, no es mérito de sesudos textos. El tema no lo han despertado los libros de los historiadores, ni los propios historiadores universitarios, aunque como texto impreso han contribuido a él.El tema lo ha colectivizado la memoria, el recuerdo, el contraolvido, y mientras éste siga en pie la escritura del maquis gozará de salud, en todas sus dimensiones: la económica, la histórica, la social, o la que aquí quiero sugerir, la de los modos de convivencia.
No es fácil luchar. La convicción y la entrega son dos de sus componentes básicos. Lo vemos cada día en los pueblos humillados. Su armamento puede ser la intifada de las piedras o la inmolación. El perdedor pone sus sueños a los pies de los caballos. Demasiada transparencia que deja el campo libre a los depredadores. Pero así como la realidad histórica, muy que les pese a los del ordeno y mando, es finita, los sueños no. Y por eso, unidos a una voluntad firme, se aguanta en el monte, soportando cualquier miseria, y engrandeciendo los más mínimos detalles: lo bien que cantaba “Carlos”; el buen humor de “Grande”; el coraje y buena planta de “Cojonudo” al atravesar los puentes; la eterna sonrisa del jovencísimo “Juanito”; el peligroso roncar de “Angelillo”; el puritanismo de “Antonio”; o las discusiones sobre quién baja a coger manzanas en la nevera del Turia, la chulería de “Pepito el Gafas” ante el cabo de Chelva y la valentía de un niño que nadando semidesnudo atravesó toda una charca de molino para avisar a los guerrilleros de la llegada de la guardia civil (GC).


Rebeldía, subsistencia y obediencia
Es conocida la dependencia orgánica del AGLA con respecto al PCE. Como también que sus directrices, tras un primer inicio supeditadas a la dirección Regional de Valencia, pasan desde 1947, con el primer viaje de “Ibáñez”, a recibirse directamente desde Francia. El PCE envió hombres, medios y consignas a lo largo de toda la historia del AGLA. Pero poco hubiera durado la lucha guerrillera con sólo militantes comunistas. La filiación política de las comarcas montañosas donde seasentaron los primeros grupos era extremadamente débil. La guerra, la cárcel, el exilio ya habían diezmado tan pobre militancia. Además la guerrilla necesitaba tanto hombres en la montaña como enlaces y puntos de apoyo en el llano. Un aparato de acción al margen de la propia dinámica del Partido para evitar el choque de objetivos y praxis. Pero a la vez en permanente contacto con élpara coordinar estrategias y recabar apoyos. No podía el AGLA, mejor dicho, el Partido, descuidar las bases obreras y sindicales en las grandes urbes o incluso reconstruir el Partido donde no existía. “Werta” (Castor Plaza Soria) lo dice con claridad en su carta enviada a principios de 1948 a “Medina”: “Mi personal punto de vista es de amplitud de movimiento, y creo que si todo hombre capaz de poder movilizar a alguien se ausenta de donde radican los núcleos de población, lejos de llegar a la creación de tal movimiento lo que se haría es sumir en mayor desconcierto a cuantos en su día pueden incrementarlo eficientemente: Esto es, al monte deben ir los hombres indispensables y todos aquellos que por diferentes razones su trabajo en la ciudad es nulo”(2).
Pero, claro, en plena lucha, éste no era el parecer de la guerrilla, de ahí que a lápiz se apostille de derrotista su pensamiento. Y es que el derrotismo fue un mal endémico que en más de una ocasión se cortó de raíz. Incluso el propio jefe de la Agrupación en los últimos tiempos, “Jose María”' (Máximo Galán Jiménez), no se atreverá a dar partes radiados a Francia solicitando la evacuación final por miedo a ser interpretado en tal sentido. El derrotismo contribuyó a enmascarar la realidad, renunciando a la crítica, que no a la autocrítica de culto y de carácter militante, de manual de buen militante. Aunque la fundada en el análisis personal y sincero fue imposible. Aquello de atreverse a hablar cuestionando principios equivalía -y equivale en la vida política- a quebrantar lealtades.
La realidad política cambiante, en el seno del PCE en el exilio, en clara dependencia del PCUS, originará no pocas discusiones donde la adecuación de la misma por lo general no ofrecerá demasiada réplica. Pero ni tan siquiera hará falta instrucción política diaria para asumir el ideal de lucha contra la estructura franquista en el ámbito rural. Aunque se vea como una necesidad de identificación y de retroalimentación de postulados de acción, ysiempre se tenga a mano algún discurso, libro o fragmento de las opiniones de destacados dirigentes, bien que atrasados, lo cierto es que la convivencia se impone como directriz de acción; y más si en sus propios aditamentos está la causa de las deserciones, salida natural ante la carencia de cualquier lucha aislada, que en la critica a la propia estructura orgánica comunista. Qué duda cabe que el año 1948, sobre todo tras la muerte de Pelegrín Pérez Galarza “Ricardo”, fue un tiempo de debates. Por ejemplo, la expulsión del comunismo yugoslavo de Tito, de la Cominform, de quien algunos guerrilleros habían tomado el apodo, no dejará de ser asumida aunque no comprendida, como en el caso de “Francisco” (Emilio Argilés Jarque). Constancia de esos debates y de la necesidad de adecuar el discurso, tras otra oleada de deserciones y endurecimiento de las decisiones, será el envío a París, en febrero de 1949, de una delegación muy bien preparada formada por “Pedro”, “Rubio”, “Lorenzo”, “Mateo” y de guía “Ibáñez”, que asumirá el rol de la lucha armada en España ahora bajo el prisma del apoyo político en favor de los Consejos de Resistencia, de quien el propio Partido había elaborado un manifiesto en nombre del AGLA. Sólo a partir del año 1950, cuando se instaura un segundo nivel represivo, con la llegada de “Antonio el Catalán”, es cuando afloran abiertamente las discrepancias. El papel encontrado en un campamento con un “¡Viva Quiñones!”(3) parece ser el detonante que le causaría la muerte a “Núñez”, y seguramente también a “Antonio” (Jacinto Pérez) con quien había ingresado en febrero de 1946, que, como todos los de Teruel, diferenciando zona minera y PC, o sea 1946 y 1947, está pidiendo a gritos un estudio detallado(4). Y no sólo “Núñez” corrió tan lamentable suerte, sino también “Pepito el Gafas” y “Pedro”, “Paco”, “Pablo”, y en la lista estaban apuntados “Maquinista”, también “Mauro” y hasta el propio “Rubio”, que convivió con la sospecha de que en cualquier momento “Antonio el Catalán” (José Gros) podría actuar contra él. Un suicidio como el de “Genaro” (Genaro Alcorisa), en el mismo campamento del Comité Regional y en pleno 1951, tan sólo se explica desde la soledad en la que se encontraron algunos guerrilleros que provenían de los estratos sociales y rurales mas desprotegidos, sin saber leer ni escribir, con la familia desperdigada.
Con todo, y volviendo al inicio de este apartado, siempre se podía, al incrementar yfortalecer la guerrilla en 1946, contar con represaliados que recién van saliendo de la cárcel y que no terminan de liberarse de las asiduas presentaciones ante la GC, caso de “Antonio” y “Núñez”; con los desterrados (“Arturo”, “El Abuelo”); con las familias, tal la de “Jalisco” (Emilio Cardona) y su hermano “Bienvenido”, o la de “Fortuna” (Basiliso Serrano) y su sobrino de igual apodo; con los huidos, como el grupo de “Cintorrá” (Jose Borras); y con la CNT, la única organización que mantiene una estructura política en las comarcas montañosas del AGLA, y no solamente en la cuenca minera de Utrillas, sino también en las sierras de los Montes Universales y en las ciudades. A este respecto el AGLA encontrará apoyo en Teruel para el asalto al tren pagador a través de Pedro Navarro, Ramón Espilez y Luciano Alpuente; “Delicado” (Juan Ramón Delicado) para ponerse en contacto con Valencia e intentar comprar armas, o los refugiados durante el invierno de 1945 en los rentos de Cañete para conseguir ropa, alimentos y hasta enviar un primer manifiesto de la AGL a los cuarteles de la zona(5). Toda ayuda es poca y así con el grupo de Los Maños se incorpora “El Chaval” (José Montorio) natural de Borja (Zaragoza), significado en la CNT en Barcelona, de quien se dice “Este compañero es un amigo consecuente del Partido y no tiene nada de común con la gente de la CNT. Es muy honrado y será nuestro”(6).
Las condiciones de vida en la montaña siempre han sido duras. La soledad y el instinto de supervivencia se agigantan. Como zona desasistida era ideal para la práctica guerrillera. El poso de las colectivizaciones todavía tiene su encanto y su referente en el discurso de los grupos armados al dirigirse a los campesinos. En cada pueblo, aldea o masía suele haber alguien que recién ha salido de la cárcel, que ha vuelto de Francia, y que oye la radio, empiezan a reunirse o simplemente, dentro de una economía miserable, ven como un alivio que alguien les compre harina, aceite, garbanzos, etc. No hay en los primeros años mucha propaganda comunista en la montaña. El mismo “Grande” (Florián García) se sorprende cuando en marzo de 1946 sube a los primeros campamentos, al de “Capitán” (Anastasio Serrano), y constata tal evidencia. “Teo” (Adelino Pérez), “Pedro” (Francisco Bas) y los enviados en el verano de 1949 serán los encargados de intentar darle la suficiencia política que nunca se conseguirá, porque el referente en los primeros años no era el de constituir el Partido sino el de luchar contra el franquismo. Finalidad distinta a partir de 1950. Hubiera sido más fácil encontrar guerrilleros en las grandes ciudades. Al hilo del desarrollo de la AGL, siempre me ha llamado la atención que no haya muchos guerrilleros de poblaciones ancladas en la zona de guerrillas como Teruel capital, Morella, Alcañiz, Segorbe, Ademuz, Priego, Requena, Utiel. Me ha llamado la atención seguramente porque para los planes de acción guerrillera las unidades y hombres desplazados por el AGLA, aun dentro de las condiciones sociopolíticas de las montañas, eran numéricamente suficientes de haberse dado la situación que buscaban de levantamiento interior e invasión exterior.


Ovejas, gachas y tabaco
El AGLA dedicó mucho tiempo a labores de intendencia. Hambre, frío y cansancio(7) fueron consustanciales con una vida en el monte donde nadie estaba gordo, ni sufrió de sobrepeso a no ser por el equipaje de las mochilas donde, por cierto, bien pocas veces se llevaba comida(8). Los modos de superar tales adversidades físicas fueron varios, pero todos ellos con mayor o menor facilidad según las circunstancias cambiantes del conflicto, y según el ingenio montaraz de los propios guerrilleros.
La planificación de usos y costumbres relacionados con la alimentación, vestido, higiene, armamento y hasta con el tabaco tiene que ver como casi todo en la historia del AGLA con su propia dinámica de paréntesis y prácticas. Si en la actividad personal lo normal era encontrarse con penurias hasta asentarse en algún sitio o encontrar alguna ayuda externa(9), en las vivencias como grupo se trata siempre de tener establecido un sistema de suministros estable, aunque todo dependió de las épocas a las que nos refiramos. Durante los años 1946 y 1947 no parece que hubiese muchos problemas de alimentación. La red de enlaces era amplia, los campamentos medianamente fijos durante largas temporadas, y por ellos con caballerías y hasta con algún camión se pensaba suministrar a los diversos grupos(10). Los grupos, además, podían permitirse el lujo de ser numerosos. A finales del año 1947, tras el asalto al Campamento Escuela, la guardia civil encontraría unos treinta borregos ya sacrificados(11). E incluso la red de enlaces permitía el contacto con la población, o que las aldeas cercanas a los campamentos, o que las masías y rentos fuesen habitualmente visitados. Desde La Pesquera subían al campamento de Las Hoces del Cabriel. En Sotos se personaban y daban sus charlas en casa de Julián Antón “Valencia”, Casas del Marques y hasta Higueruelas fueron casi zona liberada, en La Senia el 23° Sector tuvo enlaces constantes y apoyo para todo tipo de contratiempos.
Sin embargo, bien entrado el año 1947 todo empieza a cambiar, como también la composición de los grupos, de sus campamentos y de sus modos de alimentarse. La represión se llena de controles y de violencia. Los puntos de apoyo y enlaces no están seguros. En un pueblo de la sierra, al tío “Menticutis” dos números de la contrapartida le quitarían la bota de vino, él no lo denuncia por lo que lo llamarán al cuartel, de donde saldría airoso al decirles: “Esa es mi bota, y vosotros dos sois los que me la habéis quitado, ¿qué os creíais, que no os conocí?, ¿pero para qué iba a venir a denunciarlo si ya sabía que estaba aquí?”. No siempre sería así, en bastantes ocasiones las palizas y hasta la muerte acompañarían la actuación de tales grupos desaprensivos y crueles. A Emencio Alcalá “Germán” en San Martín de Boniches le exigirán que les coja una cabra: “Yo le digo que no es mía. Este señor me respondió: Le dice usted al dueño que se le ha perdido, y si haces saber que los maquis te hemos quitado dicho animal, el día que vengas por aquí te pegamos dos tiros y entre estas peñas te dejamos enterrado. Yo, como veía de quién se trataba por lo guarros que iban, sin afeitar y en las armas unas sogas, desconfié de ellos. El que hubiese visto a los guerrilleros y a esta contrapartida de seguida se hubiese dado cuenta de quiénes se trataba como yo al verlos sabía quiénes eran ya que educación con la gente no la demostraban, ya que cuando llegaban al lado de cualquier persona lo primero que te amenazaban era con colgarte y te enseñaban la soga y te arreaban con ella. Esto les había pasado a Julián Colín y a varios más”(12).
Cuando la represión se personó en el control de los suministros hubo que cambiar de táctica de lucha. Los grupos marchaban de un lado para otro. Los depósitos de comida, generalmente en garrafas y enterrados o guardados en sitios frescos, como simas o cuevas, se hacen imprescindibles. No lejos del campamento del 5º Sector, en Salinas de Valtablado, donde murieran “Medina”, “Ramón” y “Werta”, hay una sima en la que los guerrilleros guardaban los alimentos. “Medina” precisamente dará un paso más con relación al uso de la comida rompiendo tanto la base confederal de camaradería y hasta la de disciplina de mandos que alguna vez “Grande” le planteara a “Ricardo” porque éste, siendo el jefe de la Agrupación, iba a por agua exponiéndose así a peligros innecesarios. “Medina”, digo, cuestionado por los guerrilleros del 5° Sector que llegaron a hacer una reunión para plantear su destitución ante el Estado Mayor, en palabras de “Casto” (Juan Hueso Platero): “Llegó al extremo de encargar un kilo de café y preparársele en un termo que tenía, para estar toda la noche tomando café; ninguno de los camaradas probamos el café. Llegó al extremo de pedir una lata para orinar dentro de la barraca, sin salir de la cama; hasta la comida se la servían en la cama, como si fuera un gran señor”(13). Cuando desertaron el 7 de octubre de 1950 “Francisco” (Francisco Serrano Iranzo) y “La Pastora” (Teresa Pla Meseguer) desde Cuevas de Cañart, en los huertos de la masía La Figuera, el primero “puso en antecedentes a la que habla de que contaba con la reserva de varios depósitos de víveres, que se hallaban ocultos en lugares por Serrano conocidos y que consistían en regulares cantidades de aceite, harina, galletas, anís, chocolate y otros alimentos”(14).
Las inclemencias serán constantes. En múltiples ocasiones se entrará en pueblos y masías buscando fechas no sólo señaladas por su significado político sino también por ser época de matanzas. Armamento, ropa, comida, dinero y tabaco serán los útiles buscados en casas de falangistas, alcaldes y somatenes. Cuando los grupos sean mínimos, los objetivos tendrán el mismo alcance, aunque para entonces los grupos guerrilleros intentarán hacerse todavía más invisibles. Diezmada ya la población comprometida, a partir de 1950 los actos públicos son más seleccionados. Se intenta contar con dinero suficiente del Partido o se recurre, si no hay más alternativa, a algún secuestro llamativo como el del coronel Antonio Pons. Con todo, no siempre se dispondrá de medios suficientes. En aquellos inviernos duros, con nieve o caminos embarrados, no se pueden dejar huellas y las precauciones han de ser las mismas o más, pues se cuenta con menos puntos de apoyo. Lo ha recordado “Celia” (Remedios Montero), el grupo del Estado Mayor, para entonces ya Comité Regional, con “Jose Maria”, “Grande”, “Celia”, “Sole”, y algún otro, caminaba por los Montes Universales, llevaba varios días sin comer. Tuvieron que recurrir a la savia de la naturaleza, y nunca mejor dicho. A hervir nieve y hierbas invernales. Y como estaban tan amargas, a endulzarlas, se le ocurrió a “Sole” (Esperanza Martínez), con pasta de dentífrico. El dolor de vientre les duró varios días.
Por las mismas fechas, “Germán” y “Segundo” (Marcelino García) habían ido a enlazar a Valverde del Júcar. Fue un día de lluvia veraniega. El agua, fuentes, tormentas o ríos, sería siempre un problema. Valverde del Júcar es tierra llana. “Lo cierto fue que nos albergamos en la siembra, trigos o cebadas que allí había, y una de las tardes se lió una tormenta y salió este hombre a ver si nos veía y dio con nosotros y estábamos mojados a más no poder y nos dijo: “Esta noche no os vais, y dormís en mi casa”, y así lo hicimos. Pasamos a su casa. Allí nos secamos y nos prepararon un vaso de leche, y allí en una habitación nos tendieron un colchón y pasamos la noche. Al día siguiente se hace de noche y seguimos la marcha para el grupo. Íbamos bien cargados de comida. Aquella noche andamos poco. Nos quedamos también en medio de un trigo y por el día yo veía un águila encima de nosotros venga a hacer remolinos, cuando una se tira al lado de donde estábamos nosotros y cogió una liebre. No pude yo por menos. Salté y se la quité. Cuando volvimos al grupo, al sobrino del “Manco” (Basiliso Serrano) le tiro la liebre y le digo: “¡Toma, ésta no se ha escapado como el molinero que a ti te dio los hachazos!”, y me se cabreó, pero por eso quedó. Todos los que había se echaron a reír”(15).


Ecos del búho, la zorra y la rana
Era el 25 de mayo de 1952. Bastantes guerrilleros ya habían salido ordenadamente en pequeños grupos de dos o tres camino de Francia. El tren era el medio elegido hasta la frontera pirenaica. Desde allí los enlaces, “Sole” y “Celia” entre otros, los pasaban a Francia. “Florián” ya tenía el traje preparado. Pero ese día se truncó el plan. “Emilio” (Juan Badía) había muerto veinte días antes en Ripias, y el “Manco de la Pesquera” había sido detenido. Ese día de mayo, los guardias civiles Fabián Gómez Parejas, Juan Luque Velasco y Clementino Ontecillas Martínez estaban apostados en Cuevas Morenas, término de Casas de Hoya; a su vez término de Venta del Moro (Valencia). A las tres y cuarto de la madrugada “vieron a un individuo que se aproximaba al segundo poste a partir de la carretera, donde estaba dicha estafeta, individuo que se agachó para recoger lo que pudiera haber en éste, por cuyo motivo sospechando que podía ser uno de los bandoleros que allí esperaban le dieron el alto a la guardia civil, a cuya intimidación respondió haciendo uso de su metralleta de que era portador, por cuyo motivo los guardias Fabián Gómez Parejas y Juan Luque Velasco que eran los que se encontraban en ese momento más próximos contestaron a la agresión, disparando sobre el mismo y dejándole muerto”(16).
Al pie de las estafetas murieron varios guerrilleros. Controladas las mismas, siempre por alguna delación, la guardia civil no tenía nada más que hacer sus apostaderos y esperar. Así murió “Paisano” (Pedro Merchán), y “Samuel” (Tomás Labatut), y “Felipe” (Cayo Alcalá). Toda prevención era poca, y aunque “Paisano” era un hábil cazador cordobés que se arrastraba por el suelo como nadie, de aquellos que hubiera admirado Miguel Delibes en sus novelas al estilo de Los Santos Inocentes, sin embargo murió y no por falta de cuidado. Por eso, lo de que toda precaución era poca.
Normalmente en las masías, casas de campo, rentos, donde la guerrilla se aprovisionaba había diversos métodos de control. Con estafetas era lo más habitual, y hasta llegar a algún punto caliente, un campamento por ejemplo, había que pasar por varias de ellas. Incluso en los propios campamentos se procuraba un cerco de control con latas u otros medios que al traspasarlos alertaban a la partida. Y, por supuesto, con guardias constantes. Sólo cuando el campamento era nuevo podía relajarse la vigilancia. Pero aun así, al aproximarse a los mismos, o ante la espera en un punto de apoyo, solía reproducirse el ruido de la naturaleza. El búho en las anochecidas, la zorra en plena campiña, o el de la rana tras las consabidas tormentas de primavera o cerca de alguna charca.
Un ejemplo de precauciones estaba en la casa del Oroque, en plena sierra de Corte de Pallás (Valencia). Sus dueños, Francisco Molina y Adelina Delgado “La Madre”, los hijos y todo el grupo comunista creado por la guerrilla en Cofrentes serían de los últimos en caer, con alguna cruel ley de fugas (Benjamín Company Gomila) por el medio, y eso que ya desde 1948 el grupo de “El Chaval” estaba en contacto con ellos de una manera continua, y su casa ofrecía la suficiente seguridad como para recoger en ella a Angelita Martínez “Blanca” con el nombre falso de Carmen Díaz y ser la utilizada como base para organizar la retirada hacia Francia, en 1952, y tener escondida en las proximidades en la casita de campo del Cañazo la emisora con la que se comunicaban por estas fechas con el Partido. La estrategia de precaución en esta casa incluía la consiguiente estafeta situada a unos cincuenta metros, junto a unos pinos y debajo de una piedra de unos treinta kilos donde había un pequeño hueco que tapaban con broza. Las notas se introducían en un pito de caña. Para llegar a la casa, sin peligro, se colocaba un palo en el tejado de la bodega.
Estas fueron algunas de las precauciones, pero las habría de todo tipo, en las marchas, con los restos de comida, en los fuegos, en el paso de carreteras y caminos. El ejército de guerrilleros se hizo invisible. Más de una batida de la GC acabaría sin dar frutos, de hecho sólo tras las delaciones podrían localizarlos, y así, claro es, iban sobre seguro, y además ponían delante al confidente o al enlace detenido. Pasó en La Pesquera con la muerte de “Andresillo” (Andrés Ponce) y con la del traidor “Manolete” (Manuel Torres) en la Masía Cabanil de Puebla de Benifasar.


Cultura es la palabra y la idea
La escritura y la lectura fueron una constante en la guerrilla. Armas y letras como un todo de acción. Una escuela de capacitación guerrillera se impuso como primera necesidad en el AGLA. Lo complejo de la lucha, la falta de conocimientos de los guerrilleros en el uso de armamento y hasta de cultura general de unas gentes que apenas si habían ido a la escuela, y cuyos conocimientos mayormente eran de sentido común y de vivencias rurales, lo hizo perentorio. No resultaban extraños casos como el de “Simón” (Justo Muñoz), que nunca pudo creerse que la tierra fuese redonda y hubo que dejarlo por imposible.
La guerrilla fue un todo intereducativo. Militares de la guerra, mineros, labradores, jóvenes en el servicio militar, antiguos y buenos estudiantes: “Núñez” y “Joaquín” algunos de ellos; yo no he visto una caligrafía como la del primero. Bastantes guerrilleros aprendieron a escribir y a leer en el monte. Las largas horas de luz en los campamentos ofrecían tiempo suficiente para la conversación y para la instrucción. Las puestas en común fueron práctica habitual. Discutir y hablar en público con guión incluido fue un método de posicionamiento y, a la vez, de conocimiento y de preparación. Porque la guerrilla, con su carga de invisibilidad, “de tormenta que pasa y se repliega”(17), es contradictoriamente pública. La preparación interna para la acción externa.
La Escuela Guerrillera estuvo en Aguaviva y posteriormente en los Montes Universales. “Antonio” (Ángel Fuertes) y “Pepito el Gafas” fueron sus dos profesores más habituales. Son los dos momentos, a lo largo de 1947, en los que se planifican cursos en toda regla. Antes aún hubo otro esbozo de escuela con “Pepito el Gafas”, “Arturo” (Ramón Segú), un maestro represaliado, y con “Delicado”. Y escuelas las habrá posteriormente, aunque ya no con el grado de instrumentación tan planificado. Los jefes o sus escribientes eran los encargados de impartir clase, enseñar a leer, a escribir y a preparar guiones para la discusión. A tomar notas, a ejemplificar. Todo un plan de acción formativo e informativo que incluirá murales, prensa propia, propaganda, cuadernos y, claro es, una infraestructura de imprenta y materiales de escritorio donde el suministro de papel tendrá una importancia estratégica.
Un ejemplo ilustra las condiciones de la ignorancia con las que también tuvo que pelear el AGLA. En Sotos, a principios de 1948 el 5º Sector tenía una buena base de puntos de apoyo. Del mismo pueblo había algún guerrillero incorporado al monte. En concreto “Pinilla” (Pedro Chumillas) y un sobrino. Pero en Sotos no estaban de acuerdo con la labor y el protagonismo individualista que “Pinilla” estaba tomando. Hubo por ello una reunión de los enlaces de la zona y a uno de ellos, que no sabía leer ni escribir, le entregaron una nota para que la llevase al jefe del campamento, a la sazón “Paisano”. Cuando el enlace llegó al campamento en El Cambrón, junto a la Ciudad Encantada, allí sólo estaba “Pinilla”, su sobrino y otros dos guerrilleros más. La nota irremediablemente fue a parar a las manos del guerrillero de Sotos que la leyó. En ella no se pedía otra cosa que eliminar al propio “Pinilla”. El resultado fue el previsible. “Pinilla” desertó inmediatamente y denunció toda la red de enlaces y campamentos de la zona. El día 20 de febrero de 1948 serían detenidos veintiocho enlaces, y los dos jefes del grupo de apoyo, Florentino Labatut y Agustín Martínez, morirían esa misma noche, según parece al intentar huir.


Tiempo de héroes y de villanos
El panorama social, bien entrado el año 1947, puede testimoniarse con una frase recogida en Aliaga: “El mundo se dividía en dos clases de personas: guardias civiles y los demás”. En Aliaga habla minas, central eléctrica y polvorín. Su cuartel debía de ser un hervidero de ropas verdes. Por eso la imagen todavía se guarda en la retina y en la memoria. La represión para acabar con la guerrilla fue tremenda. Tal vez la de menor intensidad crítica fuese la que contempla como enfrentamiento la de las bajas producidas en combate, y fueron numerosas. Esas muertes entran dentro de la lógica armada. Pero no lo son tanto en su aceptación las de los métodos expeditivos, leyes de fugas, control de trabajo, salidas y entradas de las viviendas, desplazamientos, quema de montes, vigilancia, palizas de desgarros, y miedo. No insisto, los testimonies orales lo reviven con intensidad, al tiempo que van enumerando los personajes siniestros de esta historia: en Morella, Boniches, Arrancapinos, Teruel, Santa Cruz de Moya, Motilla del Palancar, etc.
Pero lo cuenta bien “Fernando” (Martín Centelles) al ser detenido en Aliaga el 15 de octubre de 1947: “Ya se hacen las cuatro de la tarde. Me suben a la casa del teniente de la guardia civil que era un verdugo. Me sientan al lado de una cama de hierro, me quitan las esposas de una mano y la enganchan a la cama. Al lado había una mesa con un aparato como una gramola. Colocan un hilo de electricidad; el aparato tenía cuatro velocidades, empezó la primera y a hacerme preguntas. Como nada les decía continuaron pasando por las cuatro; quedé deshecho, se me había separado la carne de los huesos”(18).
Ante tales circunstancias y torturas tan criminales, no caben todo tipo de actitudes. Por simple instinto animal cualquiera intenta salvar la vida, o acabar con tan terrible sufrimiento. Desde luego huir y quedarse en el monte e integrarse en el maquis es un acto de compromiso. De carácter social que lucha por las libertades. Es estar, ante tamaña desproporción entre la esperanza y la evidencia que escribía al inicio, en la línea de los héroes. Porque se hace con valentía, sabiendo que el final puede estar cerca, y poniendo en juego la propia vida. Al prolongarse el conflicto y ante la falta de acción o de resultados, la fortaleza se mermaba. Aparecerán las críticas y los efectos de las mismas, el territorio de las simpatías: las camarillas, que se cuestionarán en algún momento. Lo más natural ante el cansancio, entendido este término como un todo que globaliza pasado, presente y futuro en el que se encuentran los guerrilleros del monte, sería el abandono. Además, el asentarse en su propia zona de origen, manteniendo la relación con las familias, posibilitará la vida en el monte, pero a la vez también la vigilancia, presión de la GC sobre las mismas y de éstas sobre sus hijos. En el informe del asalto al campamento de Salinas de Valtablado, la GC anota que “por gestiones practicadas por el señor capitán de la primera compañía de esta comandancia Victoriano Quiñones Fernández, al revistar el destacamento de Valdecuenca, con los familiares del bandolero Manuel López Rodríguez de 32 años de edad, casado, que en el mes de octubre de 1947 abandonó su domicilio para unirse a los forajidos, dieron por resultado la presentación de este bandolero en el citado destacamento el día 4 de mayo de 1948, organizándose el día 5 de igual mes el servicio de persecución de bandoleros por fuerza de esta comandancia llevando como guía a dicho bandolero”(19).
En el monte se ponen a prueba tanto la fortaleza física como la mental. No hay lugar al examen del héroe en tanto que se sortea la suerte. Pero sí se pone éste de manifiesto cuando se cae en manos del enemigo. Entonces fue difícil mantener la entereza. Se quisiera o no, las torturas iban en la misma carta. Samaniego, Arrancapinos, DGC, depósitos municipales o cuartelillos donde llegara el Servicio de Información pueden deletrear los gemidos de la tortura acallados con el entonces: “¡Ay, Portugal, por qué te quiero tanto!”. Por no hablar de las contrapartidas y de sus muertos no declarados. A los humanos nos resulta difícil mantener el tipo. Debe de ser el instinto de supervivencia por el lado de los torturados, y el de la mala sangre por el de los verdugos. Quien más quien menos, una vez detenido, dio por perdida la partida y delató parte de lo que sabía, suficiente para las brigadas de información, de la guardia civil o de la policía. De la casa de “Andrés” (Vicente Galarza) la policía sacó cuantiosa información, con la detención de “Manolete” se vació parte del 17º y del 23º Sector; igualmente sucedió con la tremenda historia de “Maquinista” (Isaías Jiménez); las declaraciones de uno de los mitos del AGLA, “el Manco de La Pesquera”, sirvieron para descifrar los últimos momentos de la salida hacia Francia; con las de “Ibáñez”, una vez ya finalizada la lucha, se aclaró la relación con el Comité Central; las de “La Pastora” precisaron el final del 23° Sector y su actividad con Iranzo. Pero declaraciones también las hubo de “Tío Pito”, “Miguel”, “Arturo”, “Isidro”, “Tiquití”, “Elías”, "Gené", “Méndez”. Y, sin duda, de los infiltrados, y entre ellos el más destacado, labor de cepo que todavía está por describirse detalladamente, la de “Tomás” (Jose Tomás Planas) desde la dirección del Partido en la capital del Turia.
No merece este apartado cerrarse con el nombre del infiltrado en el Comité del Partido en Valencia, y sí con el de un buen grupo de extraordinarios guerrilleros que llevaron el mismo apodo. Entre ellos Atilano Quintero Morales, primer jefe del 5° Sector, detenido a principios de 1947 y fusilado en Paterna junto con “Andrés” y con “Borrás” (Mariano Ortega) el 1 de agosto de 1947. En la cárcel coincidió con “César” (Alberto Sánchez), Secretario de Organización del Comité Regional de Valencia. Alberto Sánchez escribiría de Atilano Quintero unas líneas que terminan diciendo: “Recordar donde sea, especialmente en la isla de Hierro y en toda Canarias a Atilano Quintero Morales, me parece que es un acto de justicia. A ese acto, con todo gusto y pagándome los gastos, asistiría yo llegando de México, si se me comunica con tiempo suficiente para organizar el viaje”(20). Atilano Quintero había resistido las torturas habidas y por haber. De su boca sólo salieron informaciones a cada cual más falsa. La policía de Valencia lo torturó queriendo saber si él era “Tomás”; y él siempre lo negó. Cuando “Andrés” lo identificó como tal ante la guardia civil, de nuevo la policía lo volvió a torturar, esta vez para que negara que fuese “Tomás”. “Cuestión de competencias” resalta en su biografía “César”.


Para recordar y escribir
Alguna vez lo he escrito. Si la memoria no compromete, para qué la queremos. Y es el caso. Los tiempos históricos suelen estar tejidos con la tupida red de la normalidad, el consenso que llaman algunos. Y su reescritura asienta esa norma. El tiempo, cuando pasa, la pátina que deja es de esa apariencia y ese calado. Es difícil, casi imposible, trasmitir el valor de una época contextualizada ya lejana. Al menos desde los libros de historia. La literatura en eso lleva ventaja. Su campo recreativo es el de la emotividad. Por eso, por mucha Enciclopedia Álvarez que nos echemos encima y relatemos las gestas de don Pelayo, y el Cid o Cervantes en Lepanto, las vivencias de esos momentos, u otros más cercanos del tiempo del francés o del carlismo, siempre nos quedan distantes. Son ejemplos, y en su caso modos de recrear los ejemplos. No dudo que esto mismo pasará con el maquis de aquí a cincuenta años. Cuando ya no queden testigos vivos de tanto esfuerzo por defender una legalidad arrebatada por botas, no por votos que se dice hoy en día.
Con todo, en la actualidad, contamos con armas más poderosas que en ningún otro tiempo para recordarla. Para contarla. Y para escribirla. Dejar constancia de su estar y de su ser, de su historia y de su significado. Y no sólo me refiero a memorias, como las dos que yo mismo he acuñado, a novelas, a películas(21), portales electrónicos y jornadas. Está en pie todo un esfuerzo colectivo por recuperar las señas de identidad de los pequeños pueblos abandonados. Las personas que fueron obligadas al silencio, al exilio y al dolor, en lo que les queda de vida, recrean el esfuerzo humano, comprometido y social, para que se reconozca su hacer. La vitalidad se nutre en este caso de bocanadas y destellos, de acciones que brotan allí mismo donde la historia, la historia de la guerrilla, se asentó. Y en sus múltiples consideraciones: puntos de apoyo, enlaces, naturaleza de los guerrilleros, campamentos, enfrentamientos, enterramientos, acciones. Todo tiene su pedigrí democrático ganado a pulso de condena. Es lo único bueno que nos ha dejado el franquismo. Con los restos de su comida podemos crear un manjar histórico de revisión, implacable y justo, sobre el que asentar la colectividad de un pueblo, a pesar todavía de las vergonzosas dificultades, incluso con sus casas desmoronándose.
Dificultades para los historiadores siempre las ha habido. Las relataba, y de juzgado, Fernanda Romeu en los años ochenta. A otras de tipo económico se refiere Josep Sánchez Cervelló en su espléndido libro colectivo. Yo podría hablar de algunas otras, pero contaré al hilo testimonial de estas páginas, un incalificable, y resumido, ejemplo. Hablé en su día con la familia de un guerrillero del 5º Sector, “Flores” (Guillermo de la Fuente). En los primeros meses de 1949 se le pierde la pista después de ser herido por un somatén, agraciado posteriormente con un empleo de GC, en Fresneda de Altarejos. Su familia le creyó en Francia, pues por la Pirenaica imaginó recibir en aquellos años algunos mensajes y hasta una carta, que romperían por miedo a las fuerzas represivas. Con esa nebulosa los hijos fueron creciendo, hostigados por la GC y hasta represaliados en su hacer como funcionarios públicos, pues alguno de ellos fue maestro, ahora ya jubilado. Cuando yo hablé con ellos hace tres años retomaron el hilo de la búsqueda de su padre. Y cuál no sería su sorpresa cuando leen el libro de Fernanda Romeu en su segunda edición. En él hay unas terribles palabras de “Segundo” y de “Rubio” referidas a su padre. Resulta, según ellas, que la propia guerrilla lo había ajusticiado sin decir nada a nadie... Bueno, los comentarios que se me ocurren son muchos y amplios. El único que no quisiera dejar pasar por alto, aquí y ahora, es que no parece acorde con cualquier reivindicación, ni de ahora ni de antes, que esos documentos y cualquier otro por el estilo no estén al alcance de las familias y de los investigadores.
Es necesario, por tanto, asumir la historia y escribirla. Sin miedo, con la dignidad que la lucha del maquis supone y merece. No hace mucho, y son mis palabras finales, fallecía el premio Nobel de Literatura Camilo José Cela. En su lenta agonía tuvo tiempo de despedirse de amigos y de familiares. También de su pueblo: “¡Viva Iria Flavia!” dicen que fueron sus postreras palabras. Pues bien, unos cincuenta años antes, el 23 de septiembre de 1949 y en plena lucha del maquis, dos guerrilleros y un enlace sufrieron una encerrona en casa de un teniente coronel en Cuenca. Se trataba del radista del Estado Mayor, “Luis” (José María Obrero), “Argelio” (Herminio Montero) y Francisco Pasarón. A la salida de una entrevista, de planteamientos un tanto descabellados (nada menos que le fueron a proponer que encabezase la dirección de la plaza de Cuenca cuando el levantamiento se produjese), fueron recibidos a bombazo limpio y ráfagas de metralleta. El enlace recibiría cinco tiros y milagrosamente pudo salvarse; los dos guerrilleros serían rematados en la calle de San Juan, en la bajada de la fuente de El Escardillo. Uno de ellos, posiblemente “Argelio”, antes de morir también pudo pronunciar unas últimas palabras. Su ejecutor, el guardia Pascual Huerta, las transcribió en su informe: “¡Viva la República!”. Aquí mismo, en Andorra, es conocido el caso de los tres guerrilleros muertos en el Mas del Sidal. No es un suceso más especial que por desgracia otros muchos dentro del cosmos envolvente de la guerrilla. Pero éste, ciertamente, contiene en sí un aspecto meritorio y ejemplar. Enterrados los tres guerrilleros, Diego Fernández, Mariano Magallón y Julio Pérez, en una fosa común, dos chiquillas, según la tradición, depositaron un ramo de flores en su tumba el mismo día de su entierro. Con la democracia, todos lo primeros de mayo, los sindicatos obreros recuerdan ese gesto y les rinden un homenaje renovando esas flores. Ése es precisamente el espíritu vivo de la guerrilla, el reconocimiento de que su lucha fue una empresa social y colectiva, por las libertades y por la justicia. Y por ello, con cada primavera, las flores de la memoria deben renovarse.

NOTAS:

  1. Texto redactado a partir de las notas utilizadas en las "Jornadas sobre el maquis. La historia rescatada", Andorra, 9 de mayo, 2003. Publicado en la Revista de Andorra, nº 3, 2003, Centro de Estudios Locales, Andorra (Teruel), pp. 46-60.
  2. Hueso, “Casto”, Juan: Informe de guerrillas, Cuenca, edición de Salvador F. Cava, 2003, pág. 115.
  3. Romeu, Fernanda: Más allá de la utopía. Agrupación Guerrillera de Levante, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 2002, pp. 451 y 522.
  4. El núcleo comunista habría que fijarlo en torno a la familia de Bea Martín, “Antonio” (Jacinto Pérez Gil), “Joaquín” (Joaquín Boj Bayod), “El Viejo” (Florencio Guillén), “El Rubio” (Manuel Pérez Cubero) e Irene Conesa por un lado, y la zona minera de Aliaga, Utrillas por otro, quedando para un tercer núcleo el de los masoveros.
  5. Hueso “Casto”, Juan: ob. cit., pág. 111; y en Causa 136.642, Archivo Judicial Militar de Madrid.
  6. Hueso “Casto”, Juan: ob. cit., pág. 130; e Informe de Camaradas, Movimiento Guerrillero, Archivo Histórico del PCE, Jaquet, 693.
  7. Así lo recoge A. Sorel y resalta Josep Sánchez Cervelló (ed.); Maquis: el puño que golpeó al franquismo. La Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón (AGLA), Barcelona, Flor del Viento, 2003, pág. 153.
  8. Cuando se encontraba comida o dinero se entregaba al juez o se retenía para la propia actividad de represión. Nos consta que en ocasiones, cuando lo requisado eran comestibles, éstos se donaban vía judicial a alguna casa de la beneficencia y hospital, como fue el caso de 10 kilos de arroz y dos y medio de garbanzos, del asalto al campamento de Ortunas en el que fallecería el hermano de “Jalisco”, “Bienvenido” (Julián Cardona) (Sumarísimo 760-V-46, Archivo Judicial Militar de Valencia).
  9. Como les sucede al grupo del que forma parte “Casto” o “Chato el Andaluz”, que fue su primer apodo. Cf. Hueso “Casto”, Juan: op. cit., especialmente pp. 50-53.
  10. El uso de camiones para suministrar o trasladarse de un punto a otro, sobre todo los enlaces, fue bastante común y en la literatura del AGLA se alude a ellos. El enlace de “Delicado” en Valencia, Tiburcio Ferrer, tenía uno; también utilizaban otro desde Santa Cruz de Moya, denunciado por uno de los primeros confidentes de la GC, “El Diablo” de Corcolilla.
  11. Sánchez Cervelló, Josep (ed.): ob. cit., pág. 244.
  12. (12) Alcalá Ruiz “Germán”, Emencio: Memorias de un guerrillero. El maquis en la Sierra de Cuenca, ed. de Salvador F. Cava, Cuenca, Fundación de Cultura Ciudad de Cuenca, 2002, pág. 24.
  13. Hueso “Casto”, Juan: ob. cit., pág. 68.
  14. Sumarísimo 96-V-49, Archivo Judicial Militar de Valencia, pág. 10 vuelta.
  15. Alcalá Ruiz “Germán”, Emencio: ob. cit., pp. 34-35.
  16. Sumarísimo 121-V-52, Archivo Judicial Militar de Valencia.
  17. En acertado título y magnífico libro sobre el maquis en el Pirineo aragonés; y en no menos precisa frase de Leandro Sanún, recogida en el mismo (Irene Abad Buil y Jose A. Angulo Mairal: La tormenta que pasa y se repliega. Los años de los maquis en el Pirineo aragonés-Sobrarbe, Zaragoza, Prames, 2001, pp. 133-134.
  18. ”Biografía de las cosas más destacadas de mi vida”, (de Martín Centelles “Fernando” y “Rufo”); texto mecanografiado, inédito.
  19. Hueso “Casto”, Juan: ob. cit., pág. 105.
  20. “Biografía de Atilano Quintero Morales”, por Alberto Sánchez Mascuñán, Archivo Histórico del PCE, Movimiento Guerrillero, Madrid.
  21. El personaje, por ejemplo, de “La Pastora” o “Durruti”, que es como se le conocía en guerrillas, da juego para una extraordinaria película biográfica o documental completo y complejo sobre el maquis en Levante y Aragón. Consúltense sus manifestaciones en el Sumarísimo 96-V-49 del Archivo Judicial Militar de Valencia.