Para hablar del maquis es necesario haber pasado miedo. Pero no como algo ahistórico, de mera psicología y estudio humano, no, sino como circunstancia vital sentida y asentada en la piel y en el tiempo. Con padres y hermanos en un paño de ojos llenos de rabia, ahítos de destrozos, entrando y mal saliendo de los cuarteles, rapándoles el pelo en plenas fiestas ante la concurrencia de todo el gentío que luego vocifera en el auto de fe del toro embolado. Hay que haber pasado miedo, y con el monte como latitud de supervivencia y sueños, donde hasta desde la ignorancia de los 13 o los 14 años se percibe la lucha idealizada por el bien social, la República y sus libertades. Es lo que tienen las Sierras, dan cobijo a la esperanza a pesar de la cruda realidad de la vida, y más si ésta se mezcla con la historia. La historia por el poder. Porque desde la esclavitud y la explotación, generación tras generación, también se aprende.

 

La lucha armada contra el fascismo: el franquismo y el falangismo en España en los años 30 y posteriores a la Guerra Civil, como realidad contra el exterminio humano e ideológico una vez iniciada y, más todavía, terminada la contienda, tuvo ese referente. Dejó solos y huidos a las gentes del dolor y del hambre, que no de la voluntad y las convicciones. A pesar de los pesares, que en esta exposición se muestra rostro a rostro, en lo que todavía los vestigios carnales de la edad nos permiten ver, continuó la lucha dentro de los muros y más allá de las fronteras. La verdad tiene esos referentes, que nunca se cansa de ser verdad. Buscar a sus protagonistas ha sido todo un empeño de agradecimientos. Porque este es otro de los valores añadidos, de los bienes colaterales en lenguaje cómplice que aquí acogemos. Hay que saber que cuando uno busca a alguien afín a la guerrilla ya, literalmente, casi no lo encuentra. Pero los sigue habiendo. Están vivos con sus achaques, y cuando se llega a ellos no hay problemas en su cercanía. Otra cosa es abrir la brecha de los recuerdos. La primera vez siempre resulta difícil, pero una vez depositada la confianza en el relato, la palabra toma el valor del testimonio y por él caminan, a su ritmo, los silencios más recónditos de las mansiones del alma. Casi todos ellos, un muestrario del dolor y de la injusticia, que, para colmo, nunca tendrá reparación, porque los que lo sufrieron en sus propias carnes, ya no están, y los que lo han sentido en su reencarnación biográfica, apenas si se les oye y piensan que su lucha queda para hervidero del pasado.

En esta exposición fotográfica de todos ellos veréis sus rostros en blanco y negro. El negro resplandeciente entre las cortinas pautadas de la edad y los matices del blanco. Las sombras y los guiños del tiempo imperecederos que nos llevan de la mano al recuerdo de tantas imágenes contrastadas, ya por el cine, por la televisión, por la fotografía, y es el caso, y hasta por la pintura. Ni el Rembradt del autorretrato de 1658 podría mejorar esta textura. Es lo que tiene la fotografía, que pigmenta con verismo las puntadas más ocultas y hasta los difuminados de los maquillajes, y al tiempo impregna de sentido la oquedad de los ojos, el recorte del entorno a imagen y semejanza del recuerdo de la aspereza del paisaje por donde se combatió. Con ello retumba el pulso de la presencia humana y nos muestra que en cualquier edad seguimos siendo útiles. Aunque sólo sea como simples espectadores, ellos o nosotros, ante el muro horrible del silencio.

Pero también podría decir que yo que he visto muchas fotografías de archivos policiales de los años cincuenta; y de hombres y mujeres del campo, de las masías de Valencia y del Maestrazgo, de las casas de labor, de los rentos, de los cortijos. Esos rostros, y no se debe a cuestiones mecánicas ni de conservación, tienen más de ochenta años a sus espaldas, cuando en realidad apenas si contaban con treinta y algo. Esas miradas vacías de la España rural ya estaban tan envejecidas como estos. Sus rictus, no distintos en muchos aspectos a los de esta exposición, no acaban de reflejar bien la sorpresa por verse identificados. En su estupor también aflora el miedo y un tanto de orgullo estacional. En estos, sin embargo, la pose rezuma vida e historia, una biografía cumplida a falta, sin duda, siempre, siempre por mejor escribir.

Y eso que de la historia del maquis se vienen publicando bastantes libros en los últimos años, y buenos. Al tiempo que asimismo se realizan jornadas y homenajes. Echamos en falta, no obstante, una mayor presencia y compromiso de la universidad, del mundo del derecho que recuperen su entrega, y campañas más activas desde los periódicos posicionados en alardes de progresismo. Lamentablemente todavía hemos de señalar que la historia del maquis en España se ha escrito desde la lucha continuada. Si fue meritorio el hacer armado en su tiempo, contra el franquismo, a vida o muerte, no es menos dura su batalla en los tiempos últimos, proclamados democráticos, contra el tejido de la desmemoria, el silencio y el olvido, y hasta contra la mediocridad, los intereses y las conveniencias. Los que antes lucharon, ahora, desde hace ya varias décadas, han tenido que volver a salir a la calle reclamando sus derechos y proclamando el valor histórico de su biografía. Más aún, ellos mismos se han sentido necesitados de escribir su vida (y no como simples recreos editoriales de un fugaz paso publicitario) nada que ver con la moda editorial. He conocido y leído, y hasta he prologado en alguna ocasión, los “Recuerdos y olvidos” como serenamente tituló uno de ellos de José Manuel Montorio “Chaval”, Remedios Motero “Celia”, Esperanza Martínez “Sole”, Gerardo Antón “Pinto”, Adolfo Lucas Reguilón “Severo”, Francisco Martínez “Quico”, José Navarro “Andrés”, José Gros “Antonio el Catalán”, Juan Hueso “Casto”, Victorio Vicuña, José Manzanero, Antonio Esteban “Mariano”, Emencio Alcalá “Germán”. En realidad, si anteriormente citaba los archivos, y alguna reflexión más cabría sobre los mismos, ahora debería de incidir en la idea de que sus memorias, son imprescindibles para entender la verdad de lo que ocurriese, con todos los interrogantes del verismo personal y fotográfico, porque sus recuerdos también tienen ese plasma, son fotográficos.

Pero qué importa que ahora sigan siendo ellos mismos, acompañados eso sí por la coral de familias y colectivos sociales, los que salgan a la calle. Si entonces supieron ser la voluntad de la resistencia desde la utopía contra lo imposible: una guerra perdida, unos juicios y cárceles ilegales, un exilio prolongado; ahora renuevan sus bríos contra las solapas de cánticos de jolgorio, contra la desvergüenza de los manipuladores históricos, contra los practicismos democráticos y hasta contra su propia muerte. Numancia es más fuerte que Numancia, Sagunto que Sagunto, o el camino de Santiago que Santiago, y el maquis más que la miseria de la transición.

El tejido humano de la guerrilla antifranquista, además, no se entiende tan solo con la gente del monte. Sin el llano, sedimento de enlaces y puntos de apoyo, colaboradores múltiples, no hubiera sido posible. La intendencia había de significarse. Bien como cuerpo republicano doblemente represaliado, bien como cobertura familiar que aunó los lazos consanguíneos de aquellos que eran cuerpo y alma. Incluso a pesar de los pesares, contra todos los apaños de reeducación que la convivencia del consenso fue trabando. La familia, tarde o temprano, tiene eso don. El ADN sale a flote y termina revindicándose. ¡Con cuántas personas habré hablado que al final son un libro de fotografías abierto!, y al principio hasta habían olvidado el arcón donde las guardaban. El recorrido aquí ha tenido muchos colores, al final eran sólo matices. La pátina del tiempo ha dejado que sus sedimentos sean un tono sepia de rodeno por donde tanto transitaron las sandalias de los maquis.

Las sierras de España, desde 1939 con el avance de las tropas franquistas, se llenaron de huidos, de topos, de guerrilleros y de maquis. La supervivencia y la lucha se dio y propagó por Andalucía, Extremadura, Toledo, La Mancha, Gredos, León, Galicia, Asturias, Cantabria, País Vaco, Pirineos, Aragón, Cataluña, Cordillera Ibérica. Y en las ciudades de Madrid, Valencia, Barcelona, Bilbao, Granada. Los paisajes de las masías a la intemperie de rutas a pie, alejadas de los núcleos urbanos, las cuevas en montañas y los cursos escarpados de los ríos dieron cobijo al movimiento guerrillero del interior que se dinamiza tras el final de la 2ª Guerra Mundial. La iniciativa propia de supervivencia pronto se articula políticamente como oposición armada con estructura militar y coordinación política, sobre todo desde la estrategia del PCE. Comunistas y libertarios fueron quienes llevaron en su mayor parte la iniciativa, sin olvidar la activa presencia de socialistas, y de antiguos combatientes de la República.

Con todo, si no la fuerza inicial ni la de soporte más politizado, la lucha guerrillera, que se prolongaría hasta 1952, y puntuales acciones posteriores, y que por lo tanto duró mucho más que los tres años de la guerra civil, no hubiese sido posible sin la masiva incorporación de los enlaces para evitar sus detenciones. Esta hornada de gentes que se echan al monte y multiplican las partidas ha de aclimatarse a una actividad física para la que no estaba preparada, al tiempo que su decisión compromete toda su vida, y la de sus familias. El distanciamiento, la continua represión sobre los suyos en espera de hacerles desistir y provocar su entrega, conllevó el estigma andante a lo largo del tiempo. Se comprende perfectamente el pluralismo vital, emocional y de sentimientos contrapuestos desplegados en aquella lucha, y que la represión de la misma originó al tiempo que supo valerse de ella.

En el monte hubo hombres y mujeres, en la guerrilla, en su totalidad, hubo mujeres y hombres, y chiquillos. La imagen del guerrillero bien armado y oteando el horizonte o dando un discurso desde el balcón de la casa consistorial de un pequeño pueblo al anochecer es válida, pero también los tiempos de espera, los andares nocturnos entre matorral y carga, la procesión andante con los guardias de custodia, los enfrentamientos, las muertes, los entierros de mala manera, los hospicios, las casas abandonadas. El panorama del maquis es una enciclopedia ilustrada de paisajes de la vida, con teoría, con nombres y apellidos. Así ha de escribirse.

Singular asimismo es el valor del paisaje. Aquí deviene en referente obligado. Las sierras, como decía, se pueblan de nombres y de fechas y de historias. No hay por qué rechazar la cruda realidad de los guerrilleros. La muerte es el dominio de la espera. Día a día, historia tras historia, hay bajas, ajusticiamientos, ley de fugas. Desde la frialdad, es el resultado de cualquier enfrentamiento armado. Desde su razón, toda una proclama vital de presente por pasado republicano. La prolongación sangrante y heroica de la guerra fue un campo abonado para el dolor y la muerte, para el sufrimiento y el orgullo, sabiendo entonces, como sabemos ahora, que sin causa no hay razón, social, desde luego. De ellos lo aprendimos, como de los brigadistas o los milicianos de las columnas.

El cuerpo elegido para reprimir al maquis fue la Guardia Civil, las unidades móviles de las contrapartidas, y la ayuda de somatenes y todas las autoridades falangistas. Fue difícil la supervivencia, sobre todo si pensamos que las adversas condiciones, políticas, o de aguante personal, también se vieron acosadas por múltiples estrategias de control edulcorado o, mejor dicho, bien planificado. Ardides y planes todavía no explicados convenientemente. Por ello, sobre la lucha guerrillera, planeó todo un hacer de aniquilación que, sin rubor, nos lleva a decir que la democracia actual que disfrutamos no se ha construido sobre las urnas y el voto, sino sobre la sangre y el desvelo. Las normas y leyes de apoyo a las víctimas del terrorismo, están bien. Pero son un granito de arena en la historia de nuestra convivencia actual. Las verdaderas víctimas son las de la dictadura, de la guerra civil, del maquis, porque son víctimas del estado, del estado militar franquista, nuestra herencia política. ¡Qué malos hijos políticos y herederos seguimos siendo si no aceptamos con todas sus consecuencias esta realidad! Lo demás, aunque acertado, no son más que paños calientes.

Quedan pocos con aliento, y por eso hay que recurrir a la familia más directa. Fueron sus esposas, sus hijos, sus padres los que vivieron la soledad, el destierro y las cárceles. Este es otro tema. Además de la ausencia del ser querido, también se filtra en las comisuras de sus labios el sufrimiento andante propio. Todos estos rostros parecen querer decir hola y adiós a sus seres queridos, a sus maridos, padres, hermanos. Al hablar con ellos, al fotografiarlos, no muestran en el iris de sus ojos las imágenes recientes de la televisión, de los telediarios o los programas de entretenimiento, no. Su mirada no es nada superficial. Se dirige al foco profundo de la cámara y reclama su espacio de silencio. El eco enternecido de todos los baúles de las voces familiares, el gesto fiel de los compañeros y camaradas, y aquella imagen que sólo con palabras han sabido trasmitirnos y que se asienta en el recuerdo de un paisaje áspero lleno de naturaleza.

Los maquis no han tendido suerte, su historia sin la oralidad no es de recibo. La franja documental está llena de trampas. Su escritura, al tiempo de los hechos, esconde los intereses enfrentados. Bien es verdad que los enfoques al ser tan distintos muestran y pueblan el efecto de los intereses. También es cierto, que al ser tan prolijos todos los datos no pueden ser erróneos. Tal vez asimismo por esto la recuperación de su memoria se haya retardado tanto. El maquis todavía anda reclamando lo que es suyo. Ni siquiera los gobiernos del PSOE se han atrevido a equipararlos como lo que fueron, los últimos soldados de la República. Ya no hace falta. Casi todos están muertos. Y su sueño sólo será cumplido cuando reine el equilibrio del desvelo.

La ley de la memoria ha venido a reparar en parte causas ya abonadas. Era necesaria. Esta exposición es fruto de ella, pero resulta a todas luces, muy insuficiente. Por lo que al maquis se refiere, los juicios sumarísimos ya deberían estar anulados y en proceso judicial, por dignidad, todos aquellos que contribuyeron a la represión. A todas luces, decía, en frase hecha, sabiendo que los claroscuros son permeables, y los hay, y desde el magma genuino de la realidad hay que difuminarlos o acotarlos, en igualdad de derechos y, en lo que se pueda, condiciones.

La mirada del relato, de esta serie fotográfica, la realiza la cámara minuciosa y encantada de Juan Plasencia, con logros absolutos. Hasta en lo tangible, pues ésta es, seguramente, la última gran exposición que se puede ver con rostros de la guerrilla. Culpa y mérito de la edad. Son sus protagonistas los ojos, el rostro, los surcos de la piel. Las proporciones de su identidad tal vez nos aporten el anclaje necesario para sentirlos cerca, tan próximos como las ausencias que reclaman, tan enteros como la dimensión que sugieren sus pensamientos. Es imposible hacer una exposición de fotografías sin sentirlas, sin vivirlas. Y en esto hay que agradecer a Juan Plasencia la calma y la contundencia de su flash, la sabia elección de las poses, el hallazgo del tono común que suma fortaleza y reflejos latentes de luz sin palabras. Tampoco se puede hacer una buena exposición de rostros de la guerrilla sin contar con el dolor del tiempo exacto. Porque ese instante ya no existe, pero se recrea.

De toda esta pléyade de héroes, anónimos, pues nadie les escribe cartas a sus calles, ni pasean por glorietas con su nombre, sabemos de ellos porque se han resistido a morir, porque sus hijos y sobretodo sus nietos los han biografiado. Las novelas y los filmes son otra cosa, la ficción necesaria, pero sumamente injusta, pues sus nombres no son sus nombres, y eso no es perdonable. A mí no me cabe duda: por muy meritorios que sean los libros de historia, lo más carnal son las biografías. Tan sólo en ellas habita el miedo: el silencio y la visión fotográfica de la historia, y el bloqueo del tiempo. ¡Qué importa el tiempo, lo valioso son la ideas! Es lo que se recuerda, lo que se vive, lo que se sufre, lo que se aspira. Con 33 años, alguien loado reescribió, le reescribieron, la historia; con 13 años de lucha, un numeroso puñado de gentes nos han dado una lección de mérito social sin parangón. Desde su cercanía, albañiles, mineros o labradores, son el ejemplo de nuestra cotidianidad, la alfombra donde pisa nuestra convivencia. No me cansaré de repetirlo, el maquis fue real, su sufrimiento también, su olvido imperdonable; y precisamente esto es lo que muestra, desde la parte más presente de nuestra apariencia física, el rostro, esta exposición: la realidad del alma, mirándonos siempre, para que no se nos olvide, para que no los olvidemos.

Y último, esta es una historia de desprotegidos con causa, y por eso sólo ellos, en razón y dignidad pueden hablar del maquis. Porque escribir bien o mal es don de cualquiera, y hasta valorar sus comportamientos. Pero el miedo anida en cuerpos solos, y el hombre ya ni tan siquiera es herencia de Prometeo. Extrañamente, el camino compartido termina haciéndolo uno a cuestas. Sumando días y noches. Explorando el territorio del tiempo. Situando anclajes entre arrugas de luz y mirada anhelante. Y al llegar a la cima para otear el camino, en esa explanada de gratitud, la lluvia suave para ellos.