El Monsaete, entre Cañamares y Cañizares, en la carretera CM-210 “dejó de ser puerto” cuando la maquinaria abrió sus entrañas y con algo más de 600 metros de túnel simplificó un sinuoso trayecto de curvas, cuesta y vial estrecho. Fue el año 1993, dos años después de que se iniciaran las obras, cuando los coches y camiones dejaron de transitarlo y se adentraron por él como en un sueño de 30 segundos. Hasta entonces había que curvear, arrimarse a los bordes y entrever entre pinos, romero y peñascos la hondonada profunda del río Escabas.
Por allí circula diariamente el coche de línea. La Campichuelense. Como hoy en día, recorría desde Cuenca el trayecto con servicio en todos los pueblos de la comarca que recibe su nombre, el Campichuelo, desde Mariana hasta La Frontera, continuando hacia Cañamares y finalizando, entonces, su destino en Cañizares. Sólo entrada la década de los años 50 ampliaría su servicio hasta Beteta. Yo mismo, siempre cogí el coche de línea en este delicioso pueblo. Había nacido en Masegosa en 1955 e iba y venía desde los nueve años hacia Teruel.
Pero aquel día de julio de 1948 el maquis asaltó el autobús. En el acto, control de carreteras le llamaban los propios guerrilleros, murió un guardia, se apoderaron de algunas pertenencias y algo de dinero, y terminaron quemando el autocar. En algún libro ya hice referencia y hasta incluí los detalles entonces sabidos sobre este hecho. Ahora podemos completarlo y desarrollar, al tiempo que comprender, alguno de sus rasgos más singulares. En las 49 páginas del sumarísimo 2246 (Legajo 7918), la mayoría de ellas de mero procedimiento administrativo, se recoge, desde el juzgado especial de Espionaje y Comunismo de la Plaza de Madrid, lo que se nomina como “Sumario instruido contra varios bandoleros desconocidos, con motivo del atraco a un coche de línea de Cuenca a Cañizares, en el que resultó muerto el guardia civil Florencio Fernández Adrián. Ocurrió el hecho el día 8 de julio de 1948”. Desde Madrid, el expediente lo terminaría ultimado el habitual Coronel de Infantería, mutilado de guerra, Enrique Eymar Fernández, con la ayuda como secretario del soldado de artillería Florencio Uriondo Gallego. En tanto que, sobre el terreno, a partir de que a la 1,45 de la noche tenga noticia de lo sucedido, lo instruye el teniente de Priego, Pedro Serrano Pérez, de la 201 Comandancia de Cuenca, ya en el día 9 de julio. Se traslada al lugar de los hechos con los guardias del puesto, y le sirve como secretario el número Eugenio Ocaña Calvo. En cinco días se completaría el atestado, la revisión ocular, con levantamiento de cadáver y autopsia del guardia fallecido. El día 13 de julio toda la documentación, vía jugado militar de Cuenca, a cargo del capitán Narciso Rodríguez Luis, sería enviada a Madrid, al susodicho y más que habitual irredento en estas lides, el juez Eymar.
En el expediente se incluirán doce hojitas de propaganda guerrillera que sus autores habían dejado esparcidas por el suelo antes de abandonar el lugar.  En ellas, pequeños trozos rectangulares de libreta a líneas y escritos a pluma, con una caligrafía muy cuidada, clara y limpia, se contienen hasta cuatro mensajes repetidos en varias ocasiones. Son manifiestos guerrilleros de propaganda y advertencia dirigidos contra la guardia civil (dos de ellos), los somatenes (otros dos), la resistencia con armas o sin ellas a los guerrilleros (con un total de seis), y contra los franquistas o falangistas “verdugos del pueblo”, en general (otras dos). Es posible que tuvieran otros preparados, que también hubieran dejado si se hubiese cumplido su propósito de ajusticiar a “Daniel Checa”. Todos acaban con las exclamaciones y eslogan de “¡Muerte a Franco y la Falange!, “Viva la República”, “Viva la A.G.L”, y se hallan encabezados por “Agrupación Guerrillera de Levante. 5º Sector. 10ª Brigada. E.M.”, dentro de la nomenclatura militar de guerra adaptada en 1946 cuando se funda la Agrupación, en Camarena de la Sierra (Teruel).
El autobús había partido de Cuenca a las cinco de la tarde. Era propiedad de la viuda de Jesús Garrido, domiciliada en Cuenca, de nombre Saturnina Navalón, casada en tercer matrimonio. Se le conocía como la Campichuelense pues es el recorrido comarcal que realiza a diario. Tenía matrícula de Cuenca, CU-1095. Su conductor era Edvilio Garrido Lozano, natural de Torrecilla, con ascendencia de Villaseca, y domicilio en Cañizares, de 41 años, hermano de Jesús Garrido. El cobrador, Daniel Navallón Herraiz, natural también de Torrecilla, de 42 años, con domicilio en Cuenca, en la calle José Cobo, y sobrino de la dueña. Ambos, conductor y cobrador, a su vez, eran cuñados, pues la mujer de Evilio, así se le conocía, era hermana de Daniel, y se llamaba Estefanía Navalón Herraiz. Poco después los dueños de la empresa serían Evilio, Daniel y Celso, un sobrino del primero. En sus inicios la empresa la habían creado Saturnina y el sacerdote Julio Herraiz, también tío de Daniel. No consta que hubiese ningún incidente reseñable desde Cuenca hasta el paso del puerto de Cañamares en el día que reseñamos. Al cobrador Daniel Navalón le hicieron subir al pescante y echar al suelo todo el equipaje y mercancías. Entre ellas, como curiosidad, una caja de sardinas para un comerciante de Beteta, que tendría que bajar hasta Cañizares a recogerlas. Daniel estuvo a punto de ser fusilado pues los guerrilleros preguntaron por un tal Daniel Checa, pero él, mostrando su documentación, demostró que no se llamaba así, y ante la duda y a pesar de la poca compresión que recibió por parte de los viajeros según él mismo declarará, los guerrilleros lo agruparon junto con los demás. El cura no era el de Beteta, sino el de Torrecilla que iba a suplir temporalmente al de Cañizares y se llamaba Toribio Gabaldón Benedicto, natural de Cuenca, pero lo referido a su reloj es verídico. El control se produjo en el kilómetro 37, pasado el puerto del Monsaete y tras una curva. Los viajeros que partieran desde Cuenca irían bajando del autobús al llegar a su destino a lo largo del recorrido, y de la misma manera, otros se incorporaron, al menos el cura de Torrecilla y es posible que una familia de Ribatajada que tenía residencia en Cuenca capital. De algunos de estos pueblos del recorrido había algunos jóvenes ingresados en la guerrilla, tras sufrir una dura represión como es el caso de Mariana, Collados, Torrecilla y en especial Sotos el 17 de febrero de este año. Por estas fechas en el monte estaban “Samuel”, “Valencia” y “Roberto”, aunque ninguno de ellos fuera reconocido por los viajeros retenidos. En este caso habría que tener en cuenta la precaución de no actuar en el mismo terreno, precisamente para no ser identificado y evitar la represión contra las familias, o al menos no dejarse ver y quedar de vigilancia o en el campamento. Pero lo que parece cierto es que la información para asaltar el autobús de línea partiría de todo ese entorno donde la guerrilla ya está asentada, y por estas fechas cuenta con unos veinte componentes sólo en la zona norte de la provincia, ahora repartidos por dos áreas, la de Valdecabras, y la de Jábaga. Por aquellas fechas también se comentó que “había un hombre que iba a venir ese día con dinero de los pinos de Carrascosa y por eso pararon el coche en el puerto del Monsaete”, aunque esta apreciación no llegó a recogerse entre las conversaciones de los guerrilleros en el momento del asalto y, además, dicho pagador, el Chato de Carrascosa, había viajado en un taxi hasta su localidad. Incluso bien podríamos pensar que el asalto se preparó sólo para el autobús, y también para “Daniel Checa”, pues muy pocos coches circulaban por entonces por allí, y menos de los que se pudiera sacar, a ciegas, un rédito económico. Luego, a la acción económica, se añadiría la de represalia contra alguien a quien la guerrilla, y según una de las consignas repetidas en la actuación de estos tiempos, fuera un colaborador de la guardia civil o se hubiese significado en la persecución de militantes comunistas en la posguerra. Y aquí, en comentarios orales, que no sumariales, hay quien añade el nombre del conductor, Evilio.
Recordemos que ya en el mes de mayo la guerrilla estaría por estos parajes serranos. El día 20, “Valencia”, natural de Cañizares, y “Olegario” que estaba manco, pasarían a pedir comida a Justo López, primo del primero, sin acercarse a casa de su madre por evitarle el sofoco. El suministro de comida siempre fue un problema. “Olegario” se acercaría hasta la puerta del primo de “Valencia” y preguntó a dos vecinos que bajaban por la calle por él. Uno de ellos era el carpintero y el otro un guardia. Este último, Mariano Hernández Bautista, sacaría su arma con la exigencia del contundente “manos arriba”, pero el guerrillero rápidamente sacó su pistola y efectuó, según algún testimonio, un disparo sin hacer blanco, lo que nos indica la escasa preparación militar de que disponían, en la línea de la continuidad miliciana de la guerra civil, y el mal armamento que portaban. El guardia, instintivamente, y sin darle tiempo a hacer de nuevo uso de su arma se abalanzó sobre él sujetándole la muñeca y desviándole el punto de mira, efectuándose dos disparos más y consiguiendo arrebatarle la pistola. “Olegario”, con un movimiento impulsivo, se deshizo de su oponente emprendiendo veloz carrera hacia el campo, “desapareciendo en la oscuridad de la noche”. A Justo López, sin culpa alguna, lo detuvieron y sufría tremendas torturas. “Menos mal que después de 8 o 10 días de la detención se lo llevaron a la cárcel que, si no, lo habían matado”, nos comentan. Pero también el 20 de marzo y el 2 de abril, como luego detallaremos, un buen número de maquis se había visto por el entorno de Carrascosa de la Sierra.
Pasado el puerto, tras una de las revueltas, y a unos cinco kilómetros del pueblo de Cañizares, entre el hectómetro siete y ocho del km 37, el autobús tendría que detenerse. Son, aproximadamente, las ocho de la tarde, en el mes de julio, con mucha visibilidad. En el llamado Rincón de la villa del tío Morcón, de la carretera de Villar de Domingo García a Molina de Aragón, unas grandes piedras le impiden el paso. Viajaban en ese momento, además del chófer, el cobrador sentado hacia mitad de los asientos, revisando los documentos de ruta, también el guardia Florencio Fernández, sentado en la parte trasera a la derecha, junto a la portezuela, vestido de uniforme y con el armamento reglamentario. A su lado el pastor de El Pozuelo (natural de Zaorejas) Antonino Arcediano Polo, de 37 años, que regresaba de Cuenca, y sería el último en bajar del vehículo tras el requerimiento de los asaltantes. Y a quien le quitarían, al revisar su cartera pues todas fueron exigidas, cincuenta pesetas y la dirección de un abogado lo que nos indica que su viaje a Cuenca estuviera motivado por temas legales. Viaja también el párroco de Torrecilla, Toribio Gabaldón Benedicto, natural de Cuenca, que iba a suplir temporalmente al sacerdote de Cañizares, y que en mi texto de referencia confundí con el de Beteta (Justo Martínez) pues este era el recuerdo oral. Iba sentado en la parte delantera y será uno de los primeros en percatarse del cordón de piedras y ver a los cuatro maquis que se apostan dos a cada lado del coche. Al sacerdote, en especial, sólo le requisarán su reloj de bolsillo de plata con cadena bañada en oro, marca Omega, y que, como a modo de interacción de guerrilla y gentes, llegaría a manos de “Segundo” (guerrillero de Tébar y jefe de grupo en la zona de Monteagudo de las Salinas), quien se lo daría a “Matías” (uno de los pocos guerrilleros aún vivos, natural de Las Higueruelas, Santa Cruz de Moya) para después reclamárselo pues el párroco de Torrecilla quería recuperarlo, como así fue, y que seguramente merece una explicación de cómo pudo establecerse este contacto. Seguramente a través de la familia Plaza de Torrecilla, o de la familia Labatut de Sotos. Todos los anteriores, una vez se marchen los guerrilleros, se dirigirán hacia Cañizares donde les será tomada declaración por el teniente instructor. A Cañamares se encaminarán los otros pasajeros, casi todos ellos viajan con la finalidad de tomar los baños en Solán de Cabras. Son Anastasio Montoya González, de 33 años, y su esposa y su suegra: Asunción Mayordomo Palencia y Rosalía Palencia Rey (naturales de Ribatajada, y vecinos de Cuenca, en la calle González Francés), de quien se llevarían un reloj de pulsera, documentación, seiscientas pesetas, y un mono, dos sábanas, tres toallas, tres camisas y tres panes. También Nicolás Palomo Hernando y su esposa Pilar Villalvilla Gascueña, vecinos de Madrid (calle Bustamante, aunque naturales de Carmona, Toledo), a quienes ocupan unas seiscientas pesetas, una pluma estilográfica, un lápiz y de su maletín algo de ropa común y comida. Este último viajero resultó herido en el dedo corazón de la mano izquierda seguramente por algún cristal roto tras los disparos. Y, por último, la viuda Vicenta Esteban Falcón, acompañada de su sobrina Iluminada Íñiguez Lara, vecinas de Alcohujate, aunque natural la primera de Yebra (Guadalajara), a quienes quitan 400 pesetas, varios panes y otros alimentos. En total, cuando el autobús es asaltado, viajan 12 personas.
El control de carreteras se había impuesto como forma de solventar las necesidades de mantenimiento de los guerrilleros en el monte, al tiempo de mostrar su visibilidad ya desde 1946. En estos mismos parajes se volvería a repetir una acción semejante, y por el mismo grupo al completo, en las proximidades de Alcantud, el 16 de septiembre en la umbría del Martinete, al tiempo de las ferias de Priego. O los varios de Almodóvar del Pinar y el puerto de Contreras. Con todo, pronto se abandonaría este mecanismo de lucha por el descrédito que supone, pues en quienes recaen más las cargas es sobre la propia población a la que quieren granjearse para su causa. Mas, en el asalto a la Campichuelense, hay matices diferenciadores como pueden rastrearse a lo largo de estas líneas.
Tal como decimos, el jueves 8 de julio, coincidiendo con la proximidad de fechas emblemáticas, en el tramo de carretera entre Cañamares y Cañizares, después de rebasar el puerto del Monsaete, una partida de al menos ocho guerrilleros, aunque los testigos hablarán de seis, y alguno de siete, (“Paisano”, “Juanito”, “Roberto”, “Samuel”, “Valencia”, “Olegario”, “Chato”, “Manolete” (y tal vez también “El Pena”, “Méndez” y “Manolo”) para el autobús. La otra parte del grupo se hallaba en Cabrejas: “Chato”, “Domingo”, “Tuero”, “Abuelo”, “Salvador”, “Mauro”, “Argelio”, “Elías”, “Martín” y “Andaluz”. Sobre las 8 de la tarde. En la acción moriría al recibir numerosos disparos el guardia Florencio Fernández Adrián. Tenía 30 años, era natural de Lantiuste (Segovia, nacido el 7 de noviembre de 1918), con destino en La Almarcha, que había sido desplazado temporalmente para cubrir una plaza en el retén provisional de la Herrería. Estaba casado con Isabel Marín Sánchez y tenía tres hijos: Ricardo, Isabel y Dolores. Su viuda viajaría ese mismo día 9 hasta Cañizares para asistir al entierro y hacerse cargo de sus pertenencias personales, en concreto de las 171, 90 pesetas que llevaba encima. En su acta de defunción se tacharía la causa de la muerte, “heridas por arma de fuego”, seguramente dentro de la protección informativa de los datos de la guardia civil en sus enfrentamientos con la guerrilla. En esta acción, según referencias orales, los guerrilleros también intentaban actuar contra el cobrador y el conductor del autocar. Este último, aprovechando un descuido, pues según le hicieron mover unos metros el autocar para abrir los grifos y sacar gasolina, saldría corriendo y pasaría la noche escondido entre la enramada próxima tras que se le persiguiese un trecho y se le hicieran varios disparos sin alcanzarle. Él mismo declarará que, aprovechando un descuido, salió por la puerta opuesta a donde se encontraban los maquis y se dio a la fuga, recorriendo unos quinientos metros, escondiéndose entre los matojos del monte y de allí no se movió en toda la noche y parte de la mañana siguiente hasta que fueron a buscarlo desde Cañizares, aunque a la familia contaría que él, obligado, había tenido que prender fuego al autobús, y tal vez con las primeras llamas aprovecharía para esta huida. Daniel Navalón Herraiz, el cobrador, recuerda que los guerrilleros preguntaron por “Daniel Checa”, sin duda por él. Pero pudo justificar que no se llamaba así, ni tampoco era su apodo familiar, como en algún tiempo sospeché. El cura dijo que se trataba de él, pero Daniel con la documentación en la mano aclaró su identidad. Así al menos lo declara personalmente en una entrevista muy posterior (Fernando Saiz: “El maquis, entre la historia y la tragedia”, en Olcades, nº 12, Cuenca, 1982), pues no consta tanta precisión en el sumario sobre las palabras del párroco, aunque sí recalcara en su momento, el propio Daniel, que encontró poca ayuda entre los viajeros. “Paisano” le indicaría al guerrillero que retenía a Daniel Navalón: “Cuidado con equivocarse”. Pregunta que se repetiría en dos momentos, tras hacer bajar a los pasajeros, y una vez se les reúna a todos en un vallejo. Daniel declarará en su momento que tras pedir que le ayuden los demás, estos “contestarán con evasivas”, y con su documentación muestra que se llama como queda oficialmente registrado. “Paisano”, ante la duda, y aun sabiendo que era somatén, que tenía permiso de armas y que era el cobrador, pues todos esos documentos los llevaba en la cartera que se quedarían los maquis, además de algo más de 2.000 pesetas (de las que 500 eran de Valentín Sanz Sanz de Beteta y 425 de Estanislao Espejo de Vadillos que le entregó para dárselas a Andrés Espejo de Cañizares). También le quitarían un maletín que se quemaría con el coche con los documentos de hoja de ruta, libro de hacienda, libro del vehículo y talones de portes (documentos de la línea). A los demás pasajeros, “Paisano” le diría que no se preocupasen, “que no les pasará nada, que ellos sólo van contra la guardia civil, que no se movieran hasta que no se pusiera el sol o les sucedería lo mismo que al que había intentado huir”. A esas alturas, tras los disparos contra el conductor huido, todos podían imaginar que también habría muerto. Se desvalijó igualmente a los ocupantes llevándose unas 4.650 pts., relojes, varias prendas de vestir y algunos comestibles, así como también el fusil que tenía asignado el guardia y la pistola Star (de números el B/9.352, y el 12.038, y 200 cartuchos del primero y 48 de la pistola), un uniforme que llevaba en la maleta, el tricornio y sus botas, incendiando el autocar y apoderándose asimismo de la correspondencia, valijas, certificados y giros por valor de 2.586 pts. El asalto lo llevaron a cabo de forma precisa. Se interceptó la carretera colocando grandes piedras y apostándose convenientemente en las inmediaciones de las mismas. Una vez que el coche se detuvo, acto seguido saldrían los guerrilleros desde la parte izquierda ordenándole al conductor manos arriba e igualmente al resto. El guardia Florencio Fernández, en cumplimiento de su deber, al darse cuenta de la presencia de la guerrilla, rápidamente se apeó por la portezuela posterior en el lado derecho del autocar, e hizo un disparo a los asaltantes que tenía más cercanos, (según su acompañante de asiento, Antonino Arcediano, serían cuatro los disparos), pero inmediatamente fue tiroteado por los situados a su espalda, parapetados sobre un montículo, cayendo al suelo, y recibiendo nuevos impactos de los que estaban apostados cerca el coche, y hasta rematándolo. Es por ello que su cuerpo presentará numerosas heridas por ambos costados y en cabeza. Las ráfagas de los guerrilleros impactaron también contra el autobús y rompieron varios de los cristales. Obviamente, los viajeros se echaron cuerpo a tierra en el interior del vehículo.
Inmediatamente se ordenó apearse a todos los pasajeros que fueron reunidos con las manos en alto en la parte posterior del coche e hicieron tenderse en el suelo para después conducirlos a un vallejo en la parte alta de la carretera, donde se les pediría las carteras. Cuatro guerrilleros se quedarán junto al vehículo con el conductor y el cobrador a los que les ordenaron bajar los bultos de la baca y sacar gasolina para quemarlo. El cobrador subiría al techo del coche y el conductor sería el encargado de ir abriendo los grifos de la gasolina. También el conductor tendría que entregarles la valija y la saca, apoderándose de útiles personales que podrían servirles como una libreta de anotaciones, un peine y una navaja, pues no lleva dinero propio. Los guerrilleros fueron abriendo con sus navajas todo el equipaje y sustrayendo algo de ropa. Entre los objetos del pescante, y que no llegarían a quemarse, había una caja de pescado fresco para Baldomero Sanz, un fardo de papel de envolver a nombre de Ladislao Espejo de Cañizares (que tenía una pequeña tienda y hasta pensión a la entrada del pueblo); tres garrafas de aguardiente, un fardo de telas con tres piezas y tres cajas con otros objetos destinados a Beteta. Además de cuatro garrafas vacías, una maleta de cuero, y un cajón que contenía huevos para el párroco de Cañizares. Todo esto se devolvería a sus dueños tras el atestado oficial.
Mientras se producía la revisión de los bultos por parte de los guerrilleros, el conductor aprovecharía para huir. Al percatarse, tres de los maquis saldrían en su persecución. Le harían varios disparos, pero no lograrían alcanzarle. El coche, después de ser incendiado, resultó completamente calcinado a excepción de la rueda delantera derecha, los faros y el motor. Sobre el suceso, la Comandancia informará que “los citados bandoleros, según versión de las personas que viajaban, iban armados con metralletas, fusiles, pistolas y granadas de mano, vestían trajes de pana en buen uso, color tirando a marrón, calzaban en su mayoría alpargatas, unos con boinas y otros a pelo, todos bien afeitados, siendo su edad de 20 a 30 años, excepto las de dos de ellos que sería de 40 a 45, de estatura corriente, acento castellano, y a tres de ellos les llamaban “Chato”, “Peque” y “Chaval”, dejando en las inmediaciones del suceso octavillas escritas a pluma”. Los guerrilleros, antes de marcharse por un carril próximo e internarse en el monte, tras algo más de una hora de retención, les dijeron que no se movieran durante una hora o bien hasta ponerse el sol. A partir de ese momento parte de los viajeros, como ya hemos señalado, marchó hacia Cañizares, y la otra mitad retrocedió hasta Cañamares.
El día 9, ya avisada la guardia civil, se procede a realizar el atestado, a montar apostaderos y salir en búsqueda y captura de los asaltantes. Acción que no dio, por lo pronto, resultado. El levantamiento del cadáver, a las diez y media del día 9, se lleva a cabo por el juez de instrucción del partido de Priego. Señala que está desprovisto de calzado y gorro, vestido con el uniforme de la guardia civil, lleva un carnet de identidad a su nombre nº 40346, 170 pesetas, y 1,90 en calderilla, timbre, sello postal, un resguardo de un giro, bloc de papel de fumar Abadía, un paquete de tabaco con once cigarrillos, un encendedor de mecha, un pañuelo de bolsillo, y un llavero con dos llaves. En Cañizares, se le haría la autopsia a las doce por Vicente Jiménez López (médico forense del partido), y el titular de Priego, Laureano Vázquez Vázquez. El entierro se celebrará a las ocho de la tarde en el cementerio del pueblo, firmando la diligencia el juez de paz y el secretario: Eugenio Bermejo Saiz y León Tortosa.
La dinámica de acción-reacción volverá a repetirse tras este suceso en uno de los puntos negros de la represión guerrillera. Durante los días siguientes se montará un servicio de persecución y vigilancia, pero sin resultado. No obstante, el día 13 se detiene a Gonzalo Espejo Martín, de 23 años, que estaba cojo, vecino de Cañizares, por haber visto a los guerrilleros la tarde anterior en un pinar próximo al puerto de Cañamares y no haber dado cuenta inmediatamente. Un hermano suyo, le comentará a nuestro amigo Manolo Martínez, que Gonzalo pasaba temporadas en Madrid y en verano residía en Vadillos. Un día que bajaba por la entrada del carril de Palomares, justo en la curva de una paridera que está a mano derecha, se encontró con 3 o 4 hombres que con unas cantimploras iban a coger agua al arroyo. Le tomaron la cédula personal y le dijeron que no comentara nada, que de lo contrario un día volverían y quemarían la casa de su familia con ellos dentro. Gonzalo Espejo no sabía qué hacer, si decirlo o no. Por entonces el cabeza de familia estaba en Huélamo arrastrando madera. Gonzalo, a los pocos días, se lo contó a su madre, Luisa, y ésta dijo que había que comunicárselo a su padre, Estanislao. Enterado éste, dijo que había que dar cuenta, pues si mataban al guerrillero que llevaba el papel con su nombre apuntado sería un peligro. En Cañizares, Gonzalo daría cuenta en el cuartel. Cuando estaba testificando, ese mismo día 8, se presentaron los viajeros del coche de línea diciendo que los habían asaltado los maquis; entonces Gonzalo quedó detenido y lo llevaron a Cuenca. El padre mandaría una carta a un teniente coronel que se hospedaba en su casa cuando venía a tomar baños al Solán. Le contestó dándole una cita en Cuenca y ese día su hijo salió en libertad. Para entonces estaba en el puesto de Cañizares el temido cabo Marcos. A los pocos días de la detención, un hermano de Gonzalo que estaba de pastor en la cueva de Miravete vio a los guardias. El cabo Marcos le dijo que se acercara y le preguntó: “Pastorcillo, ¿eres tú el hermano del cojillo?”; él asintió, a lo que le respondió el cabo: “Como hubiera estado yo el otro día, le había enderezado la pata”. Aún con todo, el guardia de peor recuerdo de aquellos tiempos es al que llamaban el Cerezo. También se detiene a Celestino Serna Moreno, vecino de Carrascosa de la Sierra, en este caso tan sólo porque “infundió sospechas por su forma de vivir”, y por ello se le practicó un registro en su domicilio y se encontraron dos escopetas sin legalizar, un cargador con ocho cartuchos de pistola 9 largo, siete cartuchos de dinamita con cuatro detonadores. Aunque en realidad ya Celestino Serna había declarado meses antes haber tenido un encuentro con los guerrilleros. Los explosivos, que a Celestino Serna se los había facilitado Hilario Romero, no tenían finalidad guerrillera. De hecho, se los había entregado once meses antes de su detención, y cuando fue arrestado Celestino Serna todavía los conservaba. A cambio le había entregado pan y tabaco. Celestino Serna, además, ya había denunciado, como señalamos, haber visto a los guerrilleros el 20 de marzo en el vallejo de la Lagunilla de la Dehesa de Arriba. Hilario Romero Gómez (vecino de Carrascosa de la Sierra, de 35 años) será detenido el 23 de julio y absuelto en el juicio celebrado el 8 de octubre de 1949. Además del poco peso del delito, la defensa de Hilario Romero alegaría su buena conducta basada en la atenuante de haberse pasado al bando nacional durante la guerra civil y que su hermano era jefe de Falange de Carrascosa de la Sierra. Aun así, no se libraría de estar quince meses preso entre Cuenca y Madrid mientras se tramitaba su causa (Causa 2.313, AJMM). Y por último, también es acusado Nicolás Martínez Martínez, de Cañizares, de apodo “Colitas”, de 67 años, tan solo, volviendo a reproducir a estas alturas las detenciones a escala por méritos de auxilio a la rebelión llevadas a cabo en la inmediata posguerra, por ser “individuo de pésimos antecedentes políticos sociales, gozando actualmente del régimen de prisión atenuada, el cual viene trabajando desde hace algún tiempo por sitios propicios al paso de bandoleros, y el día 8 del corriente en que fue asaltado el coche que anteriormente se dice, trabajaba en las inmediaciones del lugar donde debieron estar apostados los bandoleros y por consiguiente es muy posible que los hubiera visto y tener conocimiento de la existencia de éstos por aquel paraje, no obstante su negativa en todo cuanto se le ha preguntado, por los informes adquiridos es de creer que con fundamento sea cómplice de los bandoleros”. Tras la guerra civil, en el juicio celebrado en Cuenca, el 2 de enero de 1940, presidido por el comandante Vicente de las Barreras (Sumario 1893-5695), serían encartados la práctica totalidad de los dirigentes políticos de izquierda del pueblo de Cañizares, en su inmensa mayoría militantes de Izquierda Republicana, UGT, y alguno en la CNT y en el Partido Comunista (Amalio Huerta Belinchón), precisamente el único condenado a muerte, pena que se ejecutaría el 30 de julio de 1940 en Cuenca, junto con el vecino de Quintanar del Rey Mariano E. Cabañero. Para el alcalde de entonces, ahora de nuevo detenido, Nicolás Martínez Martínez y para el juez municipal Eliseo Navalón Gómez la condena fue de 30 años. Para el resto la pena fue de doce años: Pablo Muñoz López, León Fuero Antón, Eusebio Muñoz López, Florencio Martínez Martínez, Sixto Mayordomo Gómez, Anastasio Martínez Ortega, Demetrio López Alcalá, Félix Fernández Aguilar (que realizaría labores de espionaje pasando las líneas del frente en varias ocasiones), Félix Checa Espejo y Pablo Espejo Herraiz. Las acusaciones fueron las clásicas de auxilio a la rebelión, materializadas en hacer guardias armados, quemar archivos, realizar una lista de personas de derechas o colaborar con la columna Tierra y Libertad en la detención de tres vecinos que serían asesinados: el guardia civil retirado Julio Romero Parra, el sacerdote Julio Herraiz Martínez y Roque Bodoque García, y un cuarto que huyó, el secretario León Tortosa (Mansiegona, nº 3, pág. 40). Pero es aquí cuando deberíamos hacer un inciso explicativo, y relacionar todo este apartado final con el motivo del porqué los guerrilleros buscaban a “Daniel Checa”.
El único fusilado de Cañizares tras la guerra civil sería Amalio Huerta, el 30 de julio de 1940, había nacido el día 10 de julio de 1888. No coinciden, como casi nunca en estos tiempos, las versiones orales y las sumariales. Parece ser, según nos comentan, que a Amalio le habían concedido la conmutación de pena, pero antes de comunicársela, era fin de semana y algunos vecinos, entre ellos Daniel, sobrino del sacerdote asesinado, estarían presentes en su fusilamiento. Aunque el día 30 era martes. Lo que los documentos dicen es que Amalio no era uno de los líderes municipales del pueblo al inicio de la guerra, ni en el mes de septiembre. El día de las detenciones estaba de guardia de Julio Romero, el primer detenido por una dura disputa con otro vecino, y no acompañó a los detenidos a Cuenca donde fueron fusilados. Sí que debió de tener algunas palabras, al igual que otros varios, tanto con Daniel (de 30 años) como con Evilio que se mostraron contrarios a la detención, en especial la de su familiar el sacerdote Julio Herraiz con quien convivían. Por lo demás, leído el sumario, la condena a muerte de Amalio Huerta, y su fusilamiento, son sumamente rigurosas, pues en su expediente hay vecinos con mayor carga acusatoria y que reciben una pena mucho menor. Consta en el expediente el “enterado” militar fechado el 15 de junio, la petición de fecha para su ejecución del día 20 de julio, su traslado desde Uclés al Seminario el día 26, y este mismo día a la Provincial. Este mismo día 26, el teniente de ejecuciones Benjamín Arenales y uno de los escribientes habituales, el soldado Miguel Bosch Pla, le notificarían su situación pasando a capilla todo un fin de semana. Checa, el apellido, salvó de la muerte a Daniel. La información le debió de llegar a la guerrilla, pero de forma popular, no precisa en apellidos. Han pasado ocho años. Las memorias todavía están silenciadas, pero activas. Los guerrilleros necesitan de fuentes, y de convicción. Hasta ellos llegaría, desde cualquier punto del Campichuelo, y más desde el propio entorno de Cañizares de donde procedía el guerrillero “Valencia” (Julián Antón López), aunque viviese en Sotos, las referencias a la guerra y la posguerra. Pero los guerrilleros sólo sabían con certeza el nombre y su presencia en el autobús. El apellido “Checa” debió de unirse por ser uno de los habituales tanto en Cañizares como en Torrecilla. Tal vez quería decir “Daniel Checa” como “Daniel el de Cañizares”, que viaja en el autobús, pero tampoco sabían los guerrilleros su oficio. Y esto no era tan difícil de conocer. Incluso, se nos ocurre que, dado que Daniel también se pasó al bando nacional al tiempo que los hijos del secretario, Jesús y Martín, y de Gregorio López Sanz, es posible que le destinaran a la zona del frente nacional de Checa. Seguramente hay una explicación más precisa. Alguien podrá aportarla. Estaría bien.
Pero también nos asalta otra una pregunta para la que no hallamos respuesta clara: ¿Por qué quemar el autobús, cuando en otros sitios y momentos se quitan alguna pieza del motor, se les deja pasar, o se abandona el vehículo sin más? No parece que incendiarlo fuese debido a ninguna contrariedad: no requisar dinero, no dar con “Checa”, que se escapase el conductor, para que no continuasen su ruta y diesen cuenta a la GC rápidamente. El quemarlo, dado el rápido desarrollo de los hechos, ya estaba pensado de antemano. Tal vez tuviera que ver con la misma idea de represalia que contra Daniel Checa, en este caso contra el único servicio que transcurría por esta intensa zona guerrillera utilizado habitualmente por la guardia civil y demás autoridades franquistas, o por una simple razón oculta que desconocemos. Simple por lo importante que suponía el uso de este servicio para toda la comarca, y desconocida porque alguna otra contrariedad tuvo que tener la guerrilla para esta decisión.
El epílogo es que todo lo anterior no fue suficiente. Todavía, prácticamente Carrascosa de la Sierra y Cañizares se convirtieron en zona de manos libres por estas fechas, en el 26 de julio habrá que escribir una de las páginas más negras tan acostumbradas de la Sierra. De nuevo reaparece la terrible ley de fugas. Así el vecino y resinero de El Pozuelo, Bernardo Cerrillo Soriano, de 40, casado con Juliana Sanz García, y con tres hijos menores de edad, será detenido por supuesta relación con la guerrilla y al “intentar huir” se le tuvo que disparar. Su arresto y adversa fortuna estuvo en manos de otros de esos iracundos personajes, el cabo Marcos Ortiz Lucía. Al juez de paz Constantino Bodoque Arnao, y al secretario León Tortosa de las Muelas, a pesar de la condescendencia de los cargos, les incumbe asumir el disparate del cabo Marcos, y realizar el expediente obligatorio, figurando como testigos Edvilio Garrido Lozano (el mismo conductor del autobús) y Gregorio López Sanz.
Además, cerca de aquí, por estas fechas, deambulan tres guerrilleros de un grupo que ha estado acampado entre Ocentejo y Armallones, y que en estos momentos se halla en descomposición. El jefe del Sector 5º (el de la provincia de Cuenca) que había pasado una temporada con ellos ha caído cerca del nacimiento del río Tajo. Su jefe del grupo, el alcarreño “Pepito” (Carlos Blanco) ha desertado junto con el guerrilleo de Bronchales “Silvio”. Y en estos momentos, por estos parajes, se hallan intentando el contacto con los otros guerrilleros “Manolo”, “El Pena” y “Méndez” (aunque “Méndez” en sus declaraciones nunca aludirá a este suceso). Pero el día 29 de julio son descubiertos a mediodía en El Chaparral de Valsalobre y, tras su denuncia, se produce el enfrentamiento. Al mando del teniente Diego González Valverde, del destacamento de Beteta, los guardias y los somatenes del pueblo se desplazarían al lugar señalado donde todavía permanecían los guerrilleros ajenos a que alguien los hubiese descubierto. Tras el tiroteo, intenso por ambas partes según testimonio siempre interesado de la guardia civil, moriría uno de los maquis. Los otros dos pudieron huir. La guardia civil identificó al fallecido de una manera aproximada, por los documentos que llevaba, como “Manolo”. Se le asignó ser el jefe de la partida que veinte días antes había actuado contra el coche de línea en el puerto de Monsaete, en este caso por la identificación física realizada por algunos de los viajeros. Sin embargo, esta práctica última, como consta en numerosísimas ocasiones, resultaba generalmente inútil sobre todo si la persona no era de la zona. Hoy por hoy, “Manolo” parece ser Narciso Morón, natural de Noguera, que había ingresado en 1946 en Valencia, tras salir de la cárcel de San Miguel de los Reyes. El choque exacto se produjo en Las Torquillas del barranco Valdés, a las cinco de la tarde, cuando “Manolo” se estaba afeitando. Consecuencias del hecho también fueron que, por suponerles “enlaces y cómplices de bandoleros han sido detenidos el vecino de Carrascosa de la Sierra conocido por El Chaval de la Dula, y el de Masegosa llamado Justo (Rihuete Sanz). Se ocuparon una metralleta con cuatro cargadores completos de munición, un mosquetón Maussini, una pistola marca Astra calibre 9 y dos cargadores de la misma, tres cajas conteniendo detonadores, mecha y otros materiales explosivos, dos granadas de mano una Breda y otra de piña, y una cartera conteniendo diversa documentación”. Un recuerdo oral que en su momento recogiese nuestro amigo Manuel Martínez (Carrascosa de la Sierra, 22/01/02) le comentaría que: “Sobre el caso de la partida de guerrilleros que fue asaltada en la Covatilla de Valsalobre, comenta que en la huida de estos se encontraron con unos señores de Carrascosa, entre ellos el abuelo de Juan Carlos el herrero, que identificó a “Méndez” de Armallones entre los tres que iban huyendo, uno de ellos iba herido en un brazo. En la Covatilla murió un guerrillero al que se le encontraron unos nombres, entre ellos los vaqueros y duleros de Carrascosa, el más joven Juan Martínez Romero de constitución muy débil y cheposo de unos 10 años no aguantó la paliza que le dieron y murió a los pocos días. Otro detenido que, durante un tiempo, desde el 13 de agosto al 17 de septiembre, estaría en prisión al igual que Justo Rihuete Sanz, fue su compañero llamado Hilario era robusto y superó las torturas. También estaba en este momento en Cañizares el famoso cabo Marcos conocido por su dureza y crueldad”. Tras esta acción desertará, yéndose a Barcelona, “Méndez”, aun cuando él testimonie que lo haría en el mes de junio. En Barcelona sería detenido al intentar sacar el DNI el 30 de enero de 1955. Todavía, y cuando estaba a poco de cumplir su pena, Amador Méndez se escaparía de la cárcel de San Miguel de los Reyes conjuntamente con otro preso, Antonio Sarrió Soler, de 50 años de Fenollet (Valencia). La Comandancia de Guadalajara, alertada, estableció diversos controles en el monte y en los parajes cercanos a su pueblo, a pesar de tratarse de unas fechas ya muy tardías, en agosto de 1962. En uno de ellos le detuvieron, así como a su acompañante que le esperaba en una paridera. La intención de ambos era la de adquirir documentación para trasladarse a Francia Tiempo más tarde igualmente fueron arrestados los vecinos de Beteta, Pedro Crespo Fernández y Julián Fuero Gómez. Recordemos que el jovencito pastor de cabras de Carrascosa Juan Martínez Romero ya había denunciado, en compañía de su padre Agustín, y ante el cabo Marcos y el teniente de Priego Miguel Oliete, que el día 2 de abril de 1948 había sido retenido por once guerrilleros en la Fuente la Losa.
Hecho fortuito parece el incendio en la fábrica de resinas de Carrascosa de la Sierra, que se declara sobre las once de la noche del día 11 de agosto, propiedad de Mauricio Embid y otros vecinos de Villanueva de Alcorón, y por lo tanto no estaría relacionado con la muerte del desconocido guerrillero “Manolo”. Aun cuando en el comentario del monte se indicó que habían sido ellos, lo cierto es que el cabo de Carrascosa, tras la verificación del incendio, concluiría en su informe al juzgado que el fuego fue fortuito y se debió a “consecuencia sin duda alguna de haberse dejado algo de fuego en la hornilla de la caldera preparatoria, habiéndose causado daños de bastante consideración”. Y como colofón, un año más tarde, el 2 de noviembre de 1949, la suerte, tras un montón de balas rondando su cuerpo desde 1936, nada menos que 13 años de lucha armada contra el fascismo, y ahora contra el franco-falangismo, quiso que una de ellas diese cuenta de la vida de Victoriano Anastasio Serrano Rodríguez “Capitán”. Sería por un grupo de fuerza compuesto por el cabo Marcos Ortiz Lucía y los guardias Antonio Delgado Acosta (La Campana, Sevilla, de 27 años) y Eustaquio Pintado Téllez (Torrejoncillo del Rey, de 29 años) del puesto de Cañizares, bajo las órdenes directas del teniente de Beteta, Florencio Carballo Carballo. En la Rodea, cerca de la Fuente de la Abuela, en un atajo para atravesar la carretera entre Cañizares y Vadillos, Más concretamente, el apostadero estaba en Cobacho Bodoque, junto a una fuentecilla inmediata “al camino que desde este pueblo se bifurca en el sendero de Cañizares a la central de Chincha”, y que sirve para incorporarse al carril que conduce a la Huerta de Marojales, el extraordinario guerrillero madrileño perdería su vida, que no su memoria. A gritos su recuerdo pide un homenaje y una placa en la fosa anónima del cementerio de Cañizares donde fue enterrado. Da igual que nunca se nos haya oído, que tampoco ahora se nos escuche, el silencio tiene fórmulas inagotables para deshacer el hielo y descubrir con orgullo la evidencia de la verdad. Pero de estas riendas, de homenaje a todos aquellos que tan sólo lucharon por ideales democráticos, también han de tirar los vecinos de Cañizares, y de toda la Serranía.